La capacidad de alegrarse realmente por lo bueno que le sucede a otro es limitada. Generalmente es una alegría más intelectual que emocional, más pensada que sentida. Sólo se alegran de verdad los que están muy cerca de ti, han sufrido contigo o te han visto luchar. Los demás, como mucho, pueden esbozar una sonrisa y si hay suerte... no sentirán envidia.
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