miércoles, junio 28, 2017

Parvulíticos

- Solo sabe decir: "¡mira lo que he hecho!", "soy mejor que los demás" y "yo no he sido", doctor. 
- ¿A qué se dedica su marido? 
- Político.

domingo, junio 25, 2017

Cazadores de historias





“Se acaba de caer un invitado para el programa de hoy. Dejad todo lo que estéis haciendo.”

Pocas palabras más dolorosas puede escuchar un redactor de un programa de televisión que depende exclusivamente de los invitados de plató. Si hay que buscar un médico o un abogado, se tira de agenda y algún desdichado profesional termina cancelando una cita para poder estar delante de los focos. Ahora bien, cuando lo que los espectadores están demandando con saliva en las comisuras es un desconocido que despliegue en pantalla todo su historial amoroso, con suculentos detalles de infidelidades, problemas económicos y rebeldías de sus retoños, la cosa se complica.

Son las doce del mediodía de un martes cualquiera. En ese momento sabes, porque lo sabes, que en algún lugar no demasiado alejado de los estudios de televisión, hay alguien que está haciendo su vida normal ignorando por completo que en apenas siete horas va a estar sentado en un sofá, maquillado y peinado por grandes profesionales, dispuesto a revelar una parte morbosa de su biografía para entretener a familiares, amigos, vecinos y desconocidos varios. Se acaban de poner a girar las ruedas del azar.

No tarda en llegar el primer grito esperanzado que sale de la mesa donde trabajan cinco parejas de redactores, una para cada día de la semana, a diez teléfonos pegados. ¿Habéis llamado al reserva? ayer se cerró a un chaval que contaba que su mejor amigo siempre se liaba con sus novias, ¿dices Alfredo?, sí ese, lo hemos desconvocado esta mañana cuando hemos confirmado que venían todos, seguro que si le llamáis viene, a estas horas ya no se puede porque no le da tiempo a llegar en autobús, ponedle un taxi, dice producción que es demasiado caro desde allí, ¿y no puede traerle nadie?, ya lo hablamos con él y no había otra forma, es una putada, lo hemos metido en el programa de “Triángulos amorosos” del viernes, o sea que hay que buscar a alguien que viva cerca, va a ser que sí, ¿cuál era el tema que teníais?, “No te vuelvo a perdonar”, vale cualquier cosa ¿no?, a estas horas basta con que respire y venga, a ver a quién liamos, ya.

La situación es complicada pero al menos ha habido suerte. El tema es bastante abierto. Son muchas las historias que tienen cabida dentro del perdón, desde hijas que se quejan de que su madre revisa sus cajones hasta hombres que están hartos de que sus amigos les hagan fotos borrachos y las compartan en las redes sociales. Está claro que los jefes prefieren las historias más impactantes, mucho mejor una mujer casada que ha descubierto que su marido ha dejado embarazada a otra o una madre coraje que está arruinada por el continuo atraco a lágrima armada de un hijo politoxicómano. Pero cuando solo faltan horas para que se enciendan las cámaras y el presentador fuerce una sonrisa deseando buenas tardes, casi cualquier historia puede perfilarse para encajar bajo ese título. Los hados del destino no siempre son tan benévolos y castigan a los humildes mortales con dolorosos y estrictos títulos que un maldito guionista ideó sin pensar en ellos: “Hace cien años que no hago el amor”, “Vivo con mi ex” o “Te pillé in-fraganti”. Ante batallas de ese calibre, el arte de saber enfocar un testimonio es el arma secreta de un buen redactor. El malo se relaja esperando a que sus compañeros trabajen por él. La estrategia del “todos a una” en situaciones de crisis siempre beneficia a los vagos.

Identificarse con un condenado que espera a que el juez dicte sentencia es fácil para quienes tiemblan hasta escuchar el tema del programa que les absorberá la próxima semana. Se cruzan dedos esperando algo sencillo, un “Arraso por donde paso” o un bonito “Vivo al límite”. Se invoca a la virgen de las páginas amarillas para pedirle cinco días sin infidelidades y se lanzan promesas de recorrer el camino de Santiago si te dan la condicional con un “Niños artistas”. Cae el mazo y se atisba llanto contenido por la desesperación. ¿Qué os ha tocado?, “Dame una segunda oportunidad”, no es tan difícil hombre, nos han pedido que vengan las dos partes aunque se lleven mal, seguro que sale, saldrá como siempre pero va a ser un infierno, a estas les ha tocado “¡Qué bien viven los famosos!”, siempre les dan lo fácil, ya sabes por qué, ¿y qué os ha caído a vosotros?, el “Busco pareja”, qué suerte, los chicos son fáciles pero las tías no, compran a cualquiera que venga si es mujer, hasta eso es difícil, ellos se lo toman a cachondeo pero ellas son más dignas, qué me vas a contar, ánimo, ¿vamos a la máquina?, echamos uno rápido porque tengo una llamada en diez minutos, vale.

Esa mañana el objetivo está claro: conseguir que venga un invitado. Después ya se verá qué es lo que cuenta. No será difícil encontrar algún motivo por el que esté enfadado con alguien, o molesto, o al menos cansado. Y si no siente nada de eso, que cuente lo que tenga que contar desde un punto de vista divertido, a modo de rapapolvo público para avergonzar a quien no puede perdonar por la razón que sea. Las posibilidades son infinitas. Solo hay un problema, localizar un cuerpo que pueda estar presente a la hora y en el lugar convenidos. Y que tenga todos los dientes. Eso es importante. Si es feo que lo sea, pero que no le falten piezas y a poder ser que no hable despacio. La velocidad y énfasis verbal son fundamentales. Hay quien lo llama vehemencia en las inútiles reuniones de equipo ideadas para que los jefes ejerzan según dicta su nómina. Cuando se trata de invitados extranjeros, la energía depende de las nacionalidades. Un cubano o un argentino tienen un ritmo difícil de alcanzar por un ecuatoriano o un chileno. No es cuestión de banderas sino de palabras por minuto.

Los candidatos a ser invitados “pertenecen” temporalmente al redactor que los localiza por primera vez. El profesional que genera el vínculo lo mantiene hasta conseguir que participe en el programa. En uno de SUS programas. Una vez conseguida una pieza es muy doloroso soltarla. No solo porque todo su esfuerzo termina en manos de otro sino porque una vez emitido el espacio, nadie recordará quién lo consiguió y pasará a formar parte de la agenda de OTROS redactores. Entonar el hoy por ti y mañana por mí es un cántico hippie que solo funciona entre auténticos compañeros. Basta una manzana podrida, y la inevitable ceguera de jefas más preocupadas por el modelito van a lucir al día siguiente, para que el cesto empiece a hervir junto a la máquina de café. Afortunadamente la redacción sí sabe lo que ocurre en la mesa. No se le escapa quién pasa teléfonos permanentemente desconectados o consume dos días en dibujar con colorines el título del programa que le ha caído en desgracia. Son personas que, con un poco de suerte, deberán sacar adelante un “Los hombres no sabéis lo que pensamos las mujeres hasta que os lo gritamos” y se les permitirá sustituir el teléfono por un juego de rotuladores durante toda la semana.

“Toda esa gente que sale en la tele contando su vida son actores a los que les pagan”. Las leyendas urbanas nacen del desconocimiento ante lo inexplicable, como cualquier religión.

Ojalá hubiera plantaciones de invitados. Mejor de temporada, frescos y nuevos para la televisión, los más deseados y que más altas cotizaciones alcanzan en el mercado. Llevan en la caja la etiqueta dorada de “Virgen televisivo”. Si no es posible financiar plantaciones de ese calibre, los redactores darían un trozo de intestino delgado por un invernadero de invitados criados bajo plástico. Frutas con mucho brillo y menos sabor que ya conocen lo que es crecer bajo luz artificial. Por desgracia, hasta que el sector primario decida alimentar las sillas de la pequeña pantalla no queda más remedio que buscar comida de estraperlo, moviéndose entre los bajos fondos emocionales hasta encontrar algo que llevarse a la boca.

¿Alguien ha llamado a Conchi la del estanco? siempre está disponible y tiene mil historias, vino la semana pasada otra vez, no me enteré ¿y Mª Mar la que tiene gemelas?, siempre cuenta lo mismo, déjame llamarla a ver qué le saco, ¿cuándo vino por última vez?, hará ya cuatro o cinco meses, no me engañes, vino a “Como dos gotas de agua” porque faltaba una historia y tuvo que ser por febrero, pégale un toque pero los demás seguid buscando, dice Mª Mar que tiene a una de las niñas enferma y que su hermana tiene turno de tarde, o sea que no puede venir, va a preguntar a su marido si puede salir antes, ¿y qué historia tiene?, puede contar que no le perdona a su marido que ya no sea romántico, es muy flojo, cuenta que antes le ponía pétalos de rosa en la cama y ahora se duerme cuando ella se pone picardías, bueno si es algo así igual sirve, ahora dice que su marido no puede a menos que le sustituya el compañero, dile que le ponemos taxi donde esté, dice que sale a las seis y media, es demasiado tarde, ¿y si es el último invitado no le da tiempo?, un poco justo pero igual sí, dice que vale, chicos parece que hemos cerrado el programa, (alivio general), ¡no! que el compañero tiene dentista y no puede, seguid buscando.

En toda misión descabellada hay un punto de no retorno. Un momento en que la tripulación sabe que no puede volver atrás y debe seguir adelante como sea, con los medios de que disponga, porque ya no puede esperar que venga a rescatarle el séptimo de caballería. El programa debe seguir adelante pase lo que pase. En televisión todo acaba saliendo a cualquier precio. Y el espectador nunca se entera de lo que ha costado. Las horas avanzan y los generales se rinden: “Chicos, dejamos de buscar, alargaremos las otras entrevistas. Esperemos que sean buenas”. Alguien dice por lo bajini que podían haber tomado esa decisión desde el principio. La euforia borra el pensamiento común y los zombies bajan a comer hora y media más tarde de lo habitual. A nadie le importa. El trabajo es así. Al bajar se cruzan en las escaleras con la parte del equipo que no busca invitados. Su horario es más estable. Su vida es otra.

La pareja responsable del programa de esa tarde come un bocadillo en su mesa. Deben bajar en un rato a la sala donde esperan los invitados que han ido atesorando durante cinco largos días. Con restos de lomo y queso entre los dientes abren la puerta de la salita de espera sacando el robot saludador que llevan dentro. ¿Qué tal estás ISABEL?, ¿Ha sido largo el viaje desde TOLEDO?, come un pincho de TORTILLA que está muy buena, ahora no te entra por los nervios pero ya verás como al terminar tienes hambre, EMILIO tú eres acompañante de PEDRO ¿no?, ¿has salido alguna vez en la tele?, eres muy majo y seguro que tienes muchas cosas que contar, dame tu teléfono EMILIO, todos venís a hablar de LO QUE NO PERDONÁIS, el presentador es muy majo, os lo va a poner muy fácil, LOLI estás muy guapa con ese VESTIDO AZUL, ya verás qué bien das en cámara, ahora vamos a repasar las entrevistas uno a uno, te veo nerviosa ESTÍBALIZ, tranquila mujer, el plató es muy pequeño, vas a estar como en casa.

Y resulta que Estíbaliz está tan nerviosa que todo el mundo teme que no pueda dar demasiado juego en  la entrevista. Con un invitado menos es impensable poder hacer el programa en esas condiciones. La situación se ha vuelto crítica. Dirección consulta si se puede emitir un programa grabado que se guarda como colchón en caso de fuerza mayor. Desde producción aseguran que no se puede porque el gasto de hoy está hecho y debe emitirse en directo como sea. ¿De dónde se saca un nuevo invitado a una hora del programa? Uno de los redactores vuelve a la salita donde se cuece su destino.

“Emilio, estamos en crisis. Necesitamos una historia más ¿Te animarías a salir esta tarde?”

Una línea argumental para orientar su entrevista, unos polvos mates en la cara y Emilio triunfa arrastrado por la irrealidad del momento. Mientras el piloto de la cámara permanece encendido, los redactores atienden las llamadas en la centralita del programa y solo respiran los siete minutos de la publicidad. Corren a la sala de invitados a robar unas croquetas y vuelven a su puesto hasta que se apagan los aplausos del público. Agotados se arrastran hasta la redacción y se dan de bruces con una imagen habitual. Sus compañeros siguen allí aunque la jornada laboral según contrato ha terminado hace tiempo.

“Chicos, falta uno para mañana”
Marcos Alonso
@maaldi73

Inamovible

Ya sabes donde encontrarme dijo el preso.

viernes, junio 23, 2017

Condenados

Aquellos edificios que se pierden en el horizonte almacenan las cosas que guardamos para las ocasiones especiales.

miércoles, junio 21, 2017

Repulsión magnética

El sincero huye del mentiroso. El mentiroso de quien le recuerda sus mentiras.

Malditos

El malo se aprovecha del bueno.
El bueno quiere cazar al malo.
El malo engaña al bueno.
El bueno solo lo caza volviéndose malo.

domingo, junio 18, 2017

¿Quién es esa chica?





“¿Puedo pedir un café con leche y un cruasán?”

Una pregunta educada, casi infantil, la de quien sabe que no va a pagar la cuenta. Pero había algo más en aquella chica rubia, una duda real sobre si podía pedir lo que en ese momento le estaba apeteciendo o no, como si estuviera acostumbrada a recibir una negativa por respuesta. Lo natural hubiera sido pedir su desayuno y esperar que alguien lo pagara por ella. En el peor de los casos se vería obligada a aflojar unos pocos euros. Sobre todo teniendo en cuenta con quién había aparecido en el bar del puerto de Navacerrada donde las esperábamos mi compañera y yo. La esquiadora Blanca Fernández Ochoa.

Uno de los mayores tesoros que se debe proteger en todo viaje de trabajo es la carterita donde se lleva el dinero que ha entregado producción para hacer frente a los gastos diarios. Coger la carretera es empezar un intercambio de billetes por tickets que justifican en qué ha sido empleado el dinero. Allá donde vayas, un ojo fiscalizador repasará todos los pasos que has dado lejos de la oficina. Si quieres que las cuentas cuadren, aléjate de las máquinas expendedoras porque jamás podrás justificar las monedas que se han tragado. Además de sufragar hoteles, gasolina y comida, esa asignación permite abonar las consumiciones de quienes están dedicando su tiempo a atenderte, y más aún, están dispuestos a aparecer en el programa que estás preparando. Ellos lo intuyen. Algunos no están seguros. Pero ninguno pide permiso para consumir. En aquel momento era inevitable preguntarse ¿quién es esa chica de rizos rubios?

Abrigada hasta las cejas, como todos nosotros, nos miraba desde la esquina más alejada de la mesa concentrada en saborear su desayuno. No parecía interesada en nuestra conversación. Repasábamos los álbumes de fotos de la deportista sobre la mesa del bar, desde la infancia en la estación de esquí de Navacerrada donde trabajaban sus padres hasta su mayor triunfo, la medalla de bronce en Albertville 1992 que la convirtió en la primera deportista española en pisar un podio en unos Juegos Olímpicos de Invierno. Aquel galardón supuso la liberación de una obligación impuesta sobre los retoños de la familia desde que Paquito ganó el oro en Sapporo allá por 1972. Un éxito que puso a los hermanos Fernández-Ochoa en el punto de mira de los ojeadores deportivos y supuso un agridulce esfuerzo para toda la familia. Días de invierno aislados del mundo en la estación del puerto, los niños trasladados a centros de entrenamiento intensivo lejos de sus padres y la necesidad de cumplir con unas expectativas puestas sobre unos jóvenes que bailaban en sus esquíes. El éxito parece justificar todo esfuerzo, pero ay, qué árido es el camino cuando no se sabe si llegará a alcanzarse.

Era inevitable mirar de reojo a la misteriosa acompañante de la deportista. Permanecía silenciosa en su asiento, sin soltar palabra. Era joven, tendría veintipocos años. Cabría pensar que era una colaboradora de la esquiadora, su secretaria quizás, no era una suposición descabellada puesto que la estaba acompañando a una reunión de trabajo. Sin embargo no estaba tomando notas, apuntando detalles ni preguntando sobre las necesidades que estaban por venir. Debía ser una amiga, tal vez de Cercedilla. La cita profesional podría haber sido aprovechada para pasar unos días en el pueblo y retomar el contacto con algunas amistades. No era lo más ortodoxo que hubiera aparecido con ella, pero tampoco algo impensable. No estábamos en una recepción palaciega, aquello era una mesa de bar reconvertida en sala de reuniones portátil. Quizás era una amiga, sí. Era la única explicación posible.

“¿Puedo pedir un bocadillo de tortilla de patata?”

El hambre rompió el mutismo de la chica mientras comentábamos que habíamos visto en el pueblo unos diplomas nazis concedidos a un esquiador de Cercedilla cuando el Tercer Reich aún gozaba de buena salud. Avanzamos unas décadas para atender sus necesidades como requería nuestra misión en aquella cumbre nevada. Sacamos la ridícula carterita que jamás utilizaríamos en nuestra vida real para calmar su estómago y con una sonrisa que escondía estupefacción nos acercamos a la barra. El cruasán aún debía estar nadando en café con leche allá donde termina el esófago pero el hambre había vuelto a poseer a aquella chica. Parecía que quisiera aprovisionarse, como si más adelante no pudiera volver a comer o temiera las dotes gastronómicas de la insigne esquiadora. Algo se nos escapaba.

Miramos a Blanca. Ella entendía qué estaba pasando e intuía nuestra extrañeza, pero no decía nada. Su rostro duro, curtido bajo mil soles fríos, contaba infinitas historias pero no daba respuesta a aquella incógnita. Tan pronto apareció el bocadillo, las manos enguantadas de la chica rubia se hicieron con él asegurándose que no se lo quitara nadie. Ya era suyo. Con su premio a buen recaudo, volvió a su sitio dispuesta a despachar aquel manjar con los cinco sentidos. Recuperó su condición de convidada de piedra y retomamos nuestro repaso a las imágenes de una vida, la de una mujer visceral, pura emoción y energía. Una luchadora que no esconde la niña que aún es capaz de escribir con las dos manos a la vez sin cometer un error, que sigue dispuesta a saltar al potro en el colegio de monjas donde estudió y no teme seguir sus propios instintos aunque la conduzcan por senderos sin señalizar.

La chica no pidió más combustible para su metabolismo. Se había mimetizado con el espacio y prácticamente habíamos dejado de verla. Continuamos la charla sin interrupciones salvo la incómoda vibración de mi móvil silenciado sobre la mesa. Parecía estar más solicitado que un ministro, pero no podía apagarlo por motivos de trabajo. Tantas llamadas sin contestar inquietaron a la esquiadora. Me animó a cogerlo si era importante y me vi obligado a justificar el acoso telefónico para no parecer descortés. Era mi cumpleaños. Resultaba evidente que aquella sala de reuniones no estaba blindada contra la cotidianidad. La confesión forzó una educada felicitación que fue mejor recibida de lo que esperaba. Aquella mujer me gustaba. Era mucho más que una medallista olímpica.

El repaso del pasado llegó hasta el presente y cerramos satisfechos la última hoja del tercer álbum de recuerdos. Deshicimos el hechizo sobre nuestro despacho devolviéndole su habitual aspecto de mesa tabernera, nos subimos las cremalleras y cuando nos disponíamos a salir, la chica desconocida volvió a hablar. Nos pidió que la esperásemos un momento porque necesitaba ir al baño. Por primera vez nos quedamos solos con Blanca. No nos debía ninguna explicación sobre la identidad de su acompañante. Nos había tratado con una cortesía exquisita. Estábamos a punto de separarnos para siempre y lo más sencillo era que la identidad de su amiga permaneciera siendo un secreto para quienes no necesitaban saberlo. Sin embargo fue generosa.

Había conocido a la chica de rizos rubios participando en un programa de televisión. Se trataba del reality-show “Invisibles”, en el que varios personajes famosos se hacían pasar durante unos días por mendigos que vivían en la calle para sentir en sus propias carnes la crudeza del olvido. Blanca había fingido ser una indigente. La chica rubia lo era. O lo había sido. Cuando la cámara y las luces se apagaron, la deportista tomó la decisión de llevársela a su casa para intentar romper el círculo de la desesperanza. Llevaba unos días viviendo con ella.

Aquella joven no tenía hambre, tenía miedo a tener hambre.

Pasamos la tarde buscando localizaciones para la grabación, nos volvimos locos intentando encontrar el lugar de descanso de Paquito Fernández-Ochoa. Buscábamos una lápida y nos equivocábamos. Sus restos están señalados por una enorme roca en forma de corazón. No le abrimos el pecho para comprobarlo, pero debía ser del mismo tamaño que el de su hermana Blanca.


Marcos Alonso
@maaldi73

sábado, junio 17, 2017

Letra pequeña

Y apareces con una elegante camisa azul. ZOOM Blanca con dibujitos azules. ZOOM Dime que no son caballitos de mar.

lunes, junio 05, 2017

Ficción

Y volvimos a vernos. Y volvimos a reírnos. Y por un segundo se me olvidó que tenía los ojos cerrados.

Restar

Se equivocó. Aquel día se equivocó al pensar que el mundo sería un lugar mejor sin tí. Y sin él.

Es mío

La propiedad privada solo es un derecho de uso y destrucción.