Una pasión puede ser el motor de toda una vida, la de Gonzalo Vázquez se llama baloncesto, y lo es. El niño que abrió los ojos la primera vez que la NBA se asomó a su televisión poco imaginaba que aquel momento determinaría los años que le quedaban por vivir. Aquel chaval enseguida comprendió que quería formar parte de ese mundo mágico de coreografías imposibles, cuerpos voladores y canastas que desafiaban las leyes de la física. Si no podía ser uno de esos bailarines, sería su espectador, su mayor conocedor, su cronista. Su historiador.
Cuando Gonzalo está viendo un partido, sus ojos vibran con el presente mientras su cerebro analiza todo lo que está ocurriendo en relación a lo ya sucedido. Cada canasta es algo más que un balón atravesando un aro, es una pieza más dentro de la larga historia del basket cartografiada en su cabeza. Memoriza sin esfuerzo nombres, fechas y lugares porque son el mundo en que el vive. Sucesos que protagonizan otros pero le están pasando a él.
Ser consciente de tu pasión te regala un mapa vital donde el destino está marcado con una equis muy grande y visible, sin embargo los caminos que llevan a ella aparecen poco definidos, emborronados. Las instrucciones de uso advierten que el trabajo duro, la confianza en uno mismo y los buenos contactos serán los mejores aliados. Pero el riesgo del viaje es cosa tuya.
De Barakaldo a Madrid. De Madrid a Nueva York. Movimientos que solo buscaban estar más cerca de la NBA. Si se disputara en mitad del Sahara, allá hubiera ido y su cámara de fotos solo hubiera retratado canastas. Busca aros con la mirada allá donde va, ignorando templos, iglesias y monumentos. Como una abuela localizando piedrillas entre las legumbres, Gonzalo localiza aros. En un patio trasero, un frontón o cualquier pared. E imagina que allí hay alguien que disfruta del baloncesto como él, un amigo con un amor compartido y el mundo le parece un lugar mejor.
Pegado a una pantalla naranja, así lo recuerdo. Girabas la cabeza y el reflejo naranja iluminaba su cara. Encontró en el foro de ACB la cuadrilla que necesitaba para crecer. Allí los post maduraron en artículos y los amigos en admiradores. Nacía GVazquez, la firma, arrinconando a Gonzalo Vázquez, la persona. Una dualidad que ya siempre le iba a acompañar.
La firma es el experto, el periodista reconocido, la figura que ha conseguido entrar en ese mundo que parecía inalcanzable. Aquel a quien cuidar y proteger de emboscadas digitales. Es su mejor versión, la que explica las decisiones que ha tomado y justifica todas sus renuncias. GVázquez le ha dado sus mayores alegrías y le hace sentirse orgulloso de sí mismo. No le despierta dudas y duerme tranquilo sabiendo que sigue a su lado.
La firma es exigente. Obliga a vivir al revés del mundo, viviendo de noche y durmiendo de día durante nueve meses al año. Hubo un tiempo en el que se hubiera instalado en cualquier parte del mundo con una única condición: que compartiera husos horarios con la NBA. Dar la espalda al día es renunciar a lo que la mayoría de nosotros llama vida. Nunca dudó. No renunció a nada, eligió. La equis jamás perdió su brillo.
Para Gonzalo, la persona normal, quedaron desde entonces unas semanas al año. Cerrados los vestuarios captan su atención el olor a mar, las viejas películas de los años setenta, la ciencia ficción, Ortega y las personas con las que se deja ser. El tipo feliz en una terraza, sin miedo a ser juzgado y libre de la obligación autoimpuesta de tratar de ser el mejor. Cuando la NBA duerme, Gonzalo corretea por las demás habitaciones de la casa.
El cordón umbilical entre ambos hermanos es la voz. Gonzalo es narración. Pone la misma pasión relatando la última noche de Len Bias que detallando sus problemas en el banco o el taller mecánico. Imprime la misma fuerza en defender la labor de un entrenador que discutiendo cuál es la mejor mesa para sentarse. Es la misma voz que narra un partido y canta en un karaoke. Una voz a la que gusta seducir, ser centro de atención, liderar, enamorar y discutir. Un intenso combate dialéctico puede dejarle tan satisfecho como un buen partido.
Gonzalo ha huido de lo transitorio, del periodismo que muere al cabo de unas horas. También ha ido más allá del juego, ha narrado las historias de las personas que lo han encarnado. Ha mirado a las gradas, los vestuarios y se ha colado en las viviendas de los jugadores a pesar de estar protegidas por sofisticados sistemas de seguridad. Ha sido testigo de los cambios sociales, económicos y políticos que se han desarrollado alrededor de las canchas. Gonzalo ha sabido hacer del baloncesto una crónica de un tiempo. Hay quien dice que en su partida de nacimiento pone Gonzalo Basket. Lo que sí sabemos con certeza es que Gonzalo Vázquez es baloncesto.
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