Hacía mucho tiempo que no miraba al techo para descubrir imágenes escondidas. Las grietas del yeso se combinaban con la humedad y las sombras proyectadas por las luces para sugerir cualquier cosa que cruzara por su mente. Ahora que no tenía más remedio que permanecer tumbado, sonreía pensando que todo terminaba como había comenzado. Las placas de poliestireno de su habitación infantil se mezclaban en su memoria con el sucio techo de la tienda de carretera en la que se encontraba.
Llevaba más de tres años sin vacaciones enlazando un trabajo mal pagado con otro, esperando el momento apropiado para poder gastar sin mala conciencia y por fin se había decidido a escapar de la rutina con Laia, la mujer que hacía innecesario tener que soñar. Giró la cabeza y comprobó que seguía junto a él, como siempre. Estaba dormida esperando que la acompañara cuando le venciera el sueño.
Iba a echar de menos a unos pocos amigos, pero estaba tranquilo. Estarían bien sin él. Sus párpados decidieron cerrarse y ya sólo le quedaba la música. Sonaba en el hilo del local una de Aretha Franklin. Nunca había necesitado tener mucho. Sabía que no podía ser y se había acostumbrado. Aún así el ladrón había conseguido robárselo todo, lo que más le importaba, Laia, y lo único que tenía, su vida. Al menos iba a llevarse la música con él… era algo que no podrían quitarle.
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