domingo, julio 09, 2017

Hierro, madera y plastilina




“Si quieres estar bien, haz lo que te haga sentir bien.”

Una premisa tan sencilla como esta debería ser el único faro necesario para dirigir nuestra vida. Semejante obviedad no puede estar equivocada. Todos los libros de autoayuda que se han publicado desde que el hombre tradujo los sonidos a letras pueden arder en una pira. Polvo al polvo. La clave de la felicidad ha sido hallada.

Bien. ¿Y cómo descubro qué me hace sentir bien? Los psicólogos vuelven a oler la sangre y ponen en marcha las rotativas para orientarte en el camino del autodescubrimiento. Sólo hay un pequeño problema, nadie nos conoce mejor que nosotros mismos. No hay ventanas a nuestros cerebros para que grandes eruditos estudien nuestros circuitos, ni mapas cartografiados sobre los resortes que mueven nuestras emociones. Si quieres llegar a saber qué está pasando ahí arriba no te queda más remedio que ponerte un chaleco hortera con un montón de bolsillos y pantalones caqui para emprender la sucia aventura de descubrirte.

Abrir la puerta del desván es encontrarse un caos de recuerdos, emociones y datos. Un jaleo del que parece imposible sacar nada en limpio. Es el momento de abrir la petaca preñada con un licor fuerte, armarte con un machete y empezar a cortar por lo sano para encontrar un camino transitable. Y empiezas con una pregunta ¿Qué me gusta? Parece fácil, tiras de lo que sueles contestar en una primera cita… el cine, la literatura, salir con los amigos. ¿Es lo que me gusta o lo que me he acostumbrado a decir que me gusta? Venga, algo claro y sencillo, una de esas cosas que me hace sentir bien. Una cerveza. Una caña fresca nunca falla. Hay cosas puntuales que son un estímulo positivo infalible. Parece que vamos por el buen camino hasta que las cañas del pasado nos hablan. No todas fueron igual de buenas, unas más que otras. Hubo cervezas cuyo efecto duró horas y otras que no consiguieron levantar el ánimo más allá del instante en que corrían por la garganta. Debe haber algo más debajo.

 Es hora de encender la luz frontal del casco y penetrar en zonas insondables. En las causas que provocan que una cerveza no sepa siempre igual. Y es que no es lo mismo tomarla sentado en una terraza junto al mar en vacaciones, que en casa después de una dolorosa jornada laboral. Parece evidente que la situación coyuntural en la que el líquido ambarino nos refresca influye en sus efectos embriagadores. ¿Y una misma cerveza tomada junto a las mismas vistas marítimas en periodo estival es garantía de éxito? Sí, claro, cómo no vas a estar a gusto en vacaciones. ¿Estás siendo sincero o vuelves a repetir la cantinela previsible que lo explica todo? Piensa un poco. Y bueno, no queda más remedio que reconocer que ha habido cervezas que han sabido a gloria como remate de un estresante día de trabajo y otras insípidas cañas que te has bebido, porque tocaba, mientras mirabas aburrido las mismas olas del mar. Algo se cuece unos metros más abajo. Un sustrato inferior, una capa estructural que contamina las situaciones y los estímulos.

En la mochila llevas el martillo neumático. Ese capaz de destrozar un metro de hormigón y taladrar hasta el lugar donde nacen las canas. Que empiece la fiesta y que vibre hasta la primera neurona que grabó uno de nuestros recuerdos. Detrás de los trozos de cráneo y conexiones sinápticas licuadas debe estar la madre que gobierna todo, aquella que empapa todas las percepciones y emociones. Puede que sea eso que llaman personalidad o quizás la pieza forjada que se dibujó en los primeros infiernos que caldearon nuestra metálica mente.

Una cerveza nos hace sentir bien porque nos gusta su sabor durante los instantes que la saboreamos, porque la bebemos en una etapa positiva en la que somos capaces de valorarla y también gracias a que tenemos una actitud que nos permite disfrutar de lo que está sucediendo. Esta primera exploración parece revelar que cómo nos sentimos es la suma de la interacción de tres capas emocionales: una estructural, otra coyuntural y, una última, puntual. Hierro, madera y plastilina.

¿Qué es lo que habita en el fondo? Es un territorio basto, amplio y uniforme. Algo que parece ser siempre igual, elaborado con hierro y otros materiales de gran dureza casi imposibles de alterar. Es la capa estructural que nos define como personas. La llaman personalidad como si fuera un tatuaje inalterable, pero no es cierto. Puede verse afectada en el transcurso de una vida. En los primeros años aún no ha fraguado y es más moldeable. Los sucesos y acontecimientos forjarán esa actitud vital por la que todos creerán conocernos. Dirán que somos personas alegres o pesimistas haciéndose eco de esa actitud de fondo. Es capaz de extenderse sin cambios durante décadas e incluso no variar jamás, aún así hay sucesos decisivos que sí pueden alterarla. Situaciones que rompen la placa base y la mueven a una nueva situación. Pueden ser revelaciones íntimas como descubrir qué es amar, madurar o el sentido de trascendencia. También esos sucesos que marcan una vida, giros brutales de todo signo, desde ser víctima de una agresión a la maternidad, desde la pérdida de un ser querido al éxito profesional. Momentos cuyo impacto no se puede prever porque el material sobre el que chocan es siempre único, personal.

Cuando la capa estructural es positiva, la actitud vital es fuerte y soportará mejor los vaivenes de todas las capas superiores. La capacidad de recuperación y goce tendrá los parachoques de acero reforzado para afrontar los accidentes del camino. Habrá sufrimiento, pero será mejor gestionado. Habrá placer y se alcanzará con mayor facilidad. Muy diferente será el panorama cuando el estrato madre esté enfermo. Breve será la alegría de una buena noticia y complicado arrancar una sonrisa con una mueca burlona. Intentar estar bien será un trabajo del que estar siempre pendiente.

Ascendiendo hacia la superficie emocional está la capa coyuntural. Hecha de madera, aguanta inalterable durante semanas, meses, e incluso años. Sus límites vienen definidos por las etapas personales que vamos pasando. Son los periodos de bonanza, de meseta o de bajón. Etapas en las que se sufre en un desagradable trabajo, se disfruta de un enamoramiento o se clava en las carnes alguna crisis: hijos que se marchan, pérdida de amistades o un incómodo reflejo en el espejo. La potencia de sus depresiones y picos dependerá de la madre que la sustenta por debajo. Las etapas difíciles serán menos dolorosas con un buen fondo y las más benignas correrán el peligro de precipitarse al vacío si no hay una base sólida que las sustente.

Por encima de todo están los infinitos instantes que suceden cada día, esos picotazos de realidad que nos atacan a todas horas provocando un torbellino de emociones y reacciones que parecen responder al suceso del momento. Es la capa puntual que está elaborada de plastilina. Es brutalmente susceptible a todo tipo de sucesos, desde un gag en televisión a una persona fumando en la parada del autobús. Está compuesta de una sucesión de pequeños trozos emocionales que pueden tener una extensión de segundos, minutos u horas. Son la risa ante un chiste, la indignación por una crítica injusta o la angustia antes de ir al dentista.

Alguien con prisa sólo vería la alegría que produce una fiesta y el aburrimiento de la espera a un impuntual. Se le pasaría por alto que, ante una misma fiesta, el goce y su resaca emocional será mayor o menor en función de lo que esté sucediendo en los pisos de abajo. Tampoco sería consciente del injustificado cambio de humor que provoca una breve espera cuando se está pasando por una época difícil, y lo diferente que resulta cuando la mar de fondo está en calma.

Tres capas alineadas en sentido positivo es tocar el cielo con los dedos. A partir de ahí son infinitas las combinaciones que justifican cómo nos sentimos y por qué nos afectan de manera diferente los mismos sucesos. Cuanto más oscuras sean las capas inferiores, más necesarios serán los chutes de alegría puntuales para poder sentirse bien. Un fondo bien tallado aguanta mejor las embestidas y necesita menos purpurina en la superficie para poder brillar. No hay una única manera de estar bien, pero unas cuestan más que otras.

Nuestra capacidad de influencia sobre las propias emociones es más difícil cuanto más profundo queremos llegar. Quien tenga alma de espeleólogo estará más capacitado para fotografiar las cavernas, algunas oscuras y otras brillantes, que se esconden en nuestras profundidades.

Un trago de cerveza nunca falla. Sólo cambia la duración del “Ahhhhhh”.

Marcos Alonso
@maaldi73

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