Creían que su vida era emocionante. Qué equivocados
estaban.
Hacía tiempo que mentía sobre su trabajo. No le gustaba
decepcionar a la gente y prefería que siguieran fantaseando. Llevaba gabardina
sólo para cumplir las expectativas de los demás. Le gustaba que le miraran con
admiración. Se sentía menos estúpido cuando volvía a casa al anochecer.
Donde otros imaginaban delito, sólo había un puñado de
mentiras a la familia. Las persecuciones saltándose semáforos eran pura
ficción. En lugar de quemar goma sobre el asfalto desgastaba los asientos de su
coche en interminables guardias. Y las mujeres misteriosas hacía tiempo que se
habían llevado los tacones a otra parte.
Volvió a inspeccionar detrás de la verja esperando al
marido infiel. Así se ganaba la vida: asomándose donde los demás no se atrevían
a mirar.
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