Me hizo tanta ilusión verte después de tanto tiempo que no volveré a llamarte hasta poder sentir lo mismo de nuevo.
domingo, julio 30, 2017
viernes, julio 28, 2017
Pompas fúnebres
La inmobiliaria fue la última. Antes estallaron la burbuja del amor, la justicia y la esperanza.
lunes, julio 24, 2017
domingo, julio 23, 2017
Cambio de plano
Me cansé de estar de pie y me senté. Me cansé y me tumbé. Ahora espero tener ganas de levantarme.
sábado, julio 22, 2017
Paranoica
Fui infiel, ludópata, anoréxico y sonámbulo. Querías ver donde no había y tus fantasías me hicieron más interesante.
viernes, julio 21, 2017
Legislación convivencial
La manía se hizo costumbre. La costumbre, norma. La norma, ley. El incumplimiento conllevó sanción. La sanción, miedo. ¡Dios! ¡Me he dejado la lucecita roja de la tele encendida!
jueves, julio 20, 2017
miércoles, julio 19, 2017
Elefantes rosas
Si el universo y el hombre existen es porque Dios los ha creado. Una creación compleja no puede ser fruto de la casualidad, por tanto debe haber una entidad que ha tenido la intención y capacidad de construirla.
Un café que se derrama sobre una alfombra dibujando un singular entramado es una bella casualidad creadora. Un óvulo y un espermatozoide concretos apareándose entre millones de combinaciones posibles para crear a Kate Moss o Picasso son increíbles casualidades creativas. Cuanto mayor sea el tiempo observado, mayor será el número de inauditas creaciones accidentales. Si la vida es la mayor de todas ellas... ¿Acaso disponer de todo el tiempo del mundo no provocará de manera inevitable todos los sucesos posibles? En el infinito la casualidad es algo normal. Los elefantes rosas ya han existido o existirán.
La música de las piedras
Si Dios escucha plegarias en todos los idiomas entiende toda forma de comunicación. Cualquier transmisión de información es un mensaje si hay un receptor que lo entienda. Abejas geolocalizando flores con su baile están comunicándose. Células reaccionando químicamente a través de enzimas y hormonas están llamándose en una permanente petición de colaboración. Átomos atrayéndose electrónicamente lanzan mensajes inertes para provocar respuestas físicas. Ondas magnéticas y ondas sonoras. Unas salen de piedras y otras de gargantas. Todas igual de importantes o insignificantes en la trascendencia. ¿Y si Dios prefiere la música de las piedras?
martes, julio 18, 2017
Pensar
Banda sonora de una película particular. Sonido imposible de silenciar. Melodía difícil de tararear. Partitura sin terminar. Pensar.
sábado, julio 15, 2017
Descosido traumático
Asomaba entre dos pliegues. Pequeñito y ajado. Fuera de sitio. Inofensivo. Tiré con fuerza para arrancarlo y abrí un boquete que me desnudó.
Imposible
Estabas sepultado bajo todas esas cosas que pensaba que no iban a pasar. Aún no entiendo cómo pudiste salir.
viernes, julio 14, 2017
Minutos de oro
Y un día dejamos de estar solos. Y sus siestas fueron nuestros paraísos. Y volvimos a encontrarnos.
miércoles, julio 12, 2017
martes, julio 11, 2017
domingo, julio 09, 2017
Hierro, madera y plastilina
“Si quieres estar bien, haz lo
que te haga sentir bien.”
Una premisa tan sencilla como
esta debería ser el único faro necesario para dirigir nuestra vida. Semejante
obviedad no puede estar equivocada. Todos los libros de autoayuda que se han
publicado desde que el hombre tradujo los sonidos a letras pueden arder en una
pira. Polvo al polvo. La clave de la felicidad ha sido hallada.
Bien. ¿Y cómo descubro qué me
hace sentir bien? Los psicólogos vuelven a oler la sangre y ponen en marcha las
rotativas para orientarte en el camino del autodescubrimiento. Sólo hay un
pequeño problema, nadie nos conoce mejor que nosotros mismos. No hay ventanas a
nuestros cerebros para que grandes eruditos estudien nuestros circuitos, ni
mapas cartografiados sobre los resortes que mueven nuestras emociones. Si
quieres llegar a saber qué está pasando ahí arriba no te queda más remedio que
ponerte un chaleco hortera con un montón de bolsillos y pantalones caqui para
emprender la sucia aventura de descubrirte.
Abrir la puerta del desván es
encontrarse un caos de recuerdos, emociones y datos. Un jaleo del que parece
imposible sacar nada en limpio. Es el momento de abrir la petaca preñada con un
licor fuerte, armarte con un machete y empezar a cortar por lo sano para
encontrar un camino transitable. Y empiezas con una pregunta ¿Qué me gusta?
Parece fácil, tiras de lo que sueles contestar en una primera cita… el cine, la
literatura, salir con los amigos. ¿Es lo que me gusta o lo que me he
acostumbrado a decir que me gusta? Venga, algo claro y sencillo, una de esas
cosas que me hace sentir bien. Una cerveza. Una caña fresca nunca falla. Hay
cosas puntuales que son un estímulo positivo infalible. Parece que vamos por el
buen camino hasta que las cañas del pasado nos hablan. No todas fueron igual de
buenas, unas más que otras. Hubo cervezas cuyo efecto duró horas y otras que no
consiguieron levantar el ánimo más allá del instante en que corrían por la
garganta. Debe haber algo más debajo.
Es hora de encender la luz frontal del casco y
penetrar en zonas insondables. En las causas que provocan que una cerveza no sepa
siempre igual. Y es que no es lo mismo tomarla sentado en una terraza junto al
mar en vacaciones, que en casa después de una dolorosa jornada laboral. Parece
evidente que la situación coyuntural en la que el líquido ambarino nos refresca
influye en sus efectos embriagadores. ¿Y una misma cerveza tomada junto a las
mismas vistas marítimas en periodo estival es garantía de éxito? Sí, claro,
cómo no vas a estar a gusto en vacaciones. ¿Estás siendo sincero o vuelves a
repetir la cantinela previsible que lo explica todo? Piensa un poco. Y bueno,
no queda más remedio que reconocer que ha habido cervezas que han sabido a
gloria como remate de un estresante día de trabajo y otras insípidas cañas que
te has bebido, porque tocaba, mientras mirabas aburrido las mismas olas del
mar. Algo se cuece unos metros más abajo. Un sustrato inferior, una capa
estructural que contamina las situaciones y los estímulos.
En la mochila
llevas el martillo neumático. Ese capaz de destrozar un metro de hormigón y
taladrar hasta el lugar donde nacen las canas. Que empiece la fiesta y que
vibre hasta la primera neurona que grabó uno de nuestros recuerdos. Detrás de
los trozos de cráneo y conexiones sinápticas licuadas debe estar la madre que
gobierna todo, aquella que empapa todas las percepciones y emociones. Puede que
sea eso que llaman personalidad o quizás la pieza forjada que se dibujó en los
primeros infiernos que caldearon nuestra metálica mente.
Una cerveza
nos hace sentir bien porque nos gusta su sabor durante los instantes que la
saboreamos, porque la bebemos en una etapa positiva en la que somos capaces de
valorarla y también gracias a que tenemos una actitud que nos permite disfrutar
de lo que está sucediendo. Esta primera exploración parece revelar que cómo nos
sentimos es la suma de la interacción de tres capas emocionales: una estructural,
otra coyuntural y, una última, puntual. Hierro, madera y plastilina.
¿Qué es lo que
habita en el fondo? Es un territorio basto, amplio y uniforme. Algo que parece
ser siempre igual, elaborado con hierro y otros materiales de gran dureza casi
imposibles de alterar. Es la capa estructural que nos define como personas. La
llaman personalidad como si fuera un tatuaje inalterable, pero no es cierto.
Puede verse afectada en el transcurso de una vida. En los primeros años aún no
ha fraguado y es más moldeable. Los sucesos y acontecimientos forjarán esa
actitud vital por la que todos creerán conocernos. Dirán que somos personas
alegres o pesimistas haciéndose eco de esa actitud de fondo. Es capaz de
extenderse sin cambios durante décadas e incluso no variar jamás, aún así hay
sucesos decisivos que sí pueden alterarla. Situaciones que rompen la placa base
y la mueven a una nueva situación. Pueden ser revelaciones íntimas como
descubrir qué es amar, madurar o el sentido de trascendencia. También esos
sucesos que marcan una vida, giros brutales de todo signo, desde ser víctima de
una agresión a la maternidad, desde la pérdida de un ser querido al éxito
profesional. Momentos cuyo impacto no se puede prever porque el material sobre
el que chocan es siempre único, personal.
Cuando la capa
estructural es positiva, la actitud vital es fuerte y soportará mejor los
vaivenes de todas las capas superiores. La capacidad de recuperación y goce
tendrá los parachoques de acero reforzado para afrontar los accidentes del
camino. Habrá sufrimiento, pero será mejor gestionado. Habrá placer y se
alcanzará con mayor facilidad. Muy diferente será el panorama cuando el estrato
madre esté enfermo. Breve será la alegría de una buena noticia y complicado
arrancar una sonrisa con una mueca burlona. Intentar estar bien será un trabajo
del que estar siempre pendiente.
Ascendiendo
hacia la superficie emocional está la capa coyuntural. Hecha de madera, aguanta
inalterable durante semanas, meses, e incluso años. Sus límites vienen
definidos por las etapas personales que vamos pasando. Son los periodos de
bonanza, de meseta o de bajón. Etapas en las que se sufre en un desagradable
trabajo, se disfruta de un enamoramiento o se clava en las carnes alguna
crisis: hijos que se marchan, pérdida de amistades o un incómodo reflejo en el
espejo. La potencia de sus depresiones y picos dependerá de la madre que la
sustenta por debajo. Las etapas difíciles serán menos dolorosas con un buen
fondo y las más benignas correrán el peligro de precipitarse al vacío si no hay
una base sólida que las sustente.
Por encima de
todo están los infinitos instantes que suceden cada día, esos picotazos de
realidad que nos atacan a todas horas provocando un torbellino de emociones y
reacciones que parecen responder al suceso del momento. Es la capa puntual que está
elaborada de plastilina. Es brutalmente susceptible a todo tipo de sucesos,
desde un gag en televisión a una persona fumando en la parada del autobús. Está
compuesta de una sucesión de pequeños trozos emocionales que pueden tener una
extensión de segundos, minutos u horas. Son la risa ante un chiste, la
indignación por una crítica injusta o la angustia antes de ir al dentista.
Alguien con
prisa sólo vería la alegría que produce una fiesta y el aburrimiento de la
espera a un impuntual. Se le pasaría por alto que, ante una misma fiesta, el goce
y su resaca emocional será mayor o menor en función de lo que esté sucediendo
en los pisos de abajo. Tampoco sería consciente del injustificado cambio de
humor que provoca una breve espera cuando se está pasando por una época difícil,
y lo diferente que resulta cuando la mar de fondo está en calma.
Tres capas
alineadas en sentido positivo es tocar el cielo con los dedos. A partir de ahí
son infinitas las combinaciones que justifican cómo nos sentimos y por qué nos
afectan de manera diferente los mismos sucesos. Cuanto más oscuras sean las
capas inferiores, más necesarios serán los chutes de alegría puntuales para
poder sentirse bien. Un fondo bien tallado aguanta mejor las embestidas y
necesita menos purpurina en la superficie para poder brillar. No hay una única
manera de estar bien, pero unas cuestan más que otras.
Nuestra
capacidad de influencia sobre las propias emociones es más difícil cuanto más
profundo queremos llegar. Quien tenga alma de espeleólogo estará más capacitado
para fotografiar las cavernas, algunas oscuras y otras brillantes, que se
esconden en nuestras profundidades.
Un trago de
cerveza nunca falla. Sólo cambia la duración del “Ahhhhhh”.
Marcos Alonso
@maaldi73
viernes, julio 07, 2017
Umbral auditivo
Ni luces ni sonido. Estaba apagado. Un golpe accidental subió el volumen de sus acontecimientos. Vaya. Había vivido silenciado.
jueves, julio 06, 2017
Posesión maternal
La voz que escuchaba era la de su madre. Imposible. Había muerto hace años. Sus reproches y advertencias rebotaban en la pared. Eran inconfundibles. Sin embargo en esa habitación solo estaban su hijo y ella.
martes, julio 04, 2017
lunes, julio 03, 2017
Supremacía buenista
Nuestras buenas intenciones siempre nos parecieron las más importantes. Y olvidamos preguntar.
domingo, julio 02, 2017
Y la música se hizo
“No me puedo creer
que no tuvieras ninguna vocación cuando eras joven”
(Incredulidad de una
amiga que siempre quiso ser médico)
Quienes tuvieron la suerte de
descubrir en sus primeros años el objetivo al que querían dedicar sus vidas
consideran casi imposible que semejante enamoramiento por un destino especial
no nazca de manera natural en el pecho de todo adolescente. El niño que fui no
veía fuegos artificiales en profesión alguna de las que se presentaban ante sus
ojos, menos aún en las que escuchaba que elegían quienes lo rodeaban. Aquello
de que todo es posible resultaba difícil de creer si no te cruzabas en las
calles de tu barrio con astronautas, estrellas del deporte y actrices
hollywoodienses.
El sistema educativo nos obliga a
tomar una decisión vital cuando nos acercamos a la mayoría de edad aunque no
sepamos qué camino tomar. Deberían instalar un área de juegos en esa carretera
para poner a prueba nuestros instintos y descubrir qué nos empuja a querer ir
más allá, a avanzar al siguiente nivel donde los retos son más difíciles y
satisfactorios. A falta de destino marcado en el navegador, caminamos empujados
por el tráfico hacia la desviación que tiene mejor iluminación. No sabemos
cuántos kilómetros durarán las brillantes farolas que nos han atraído pero al
menos tenemos un argumento razonable para justificar nuestra elección. Quienes
optan por la profesión de sus padres cuentan con la ventaja de poder echarles
en cara su desgraciada vida si así termina siendo la silla en la que queman sus
días.
Me animo a recordarme. A lanzarme
a una piscina de crema antiarrugas para retroceder hasta la habitación que
compartía con mis hermanos. Allí pasaba sus horas un chaval que solo sentía la
obligación de sacar las mejores notas que podía. Esa era la misión marcada para
su jornada laboral. Nadie le explicó que además debía descubrir qué le gustaba.
Me reencuentro con él y me dan ganas de cambiarle de ropa, cortarle el pelo y
advertirle que las gafas que está a punto de comprar son un horror. Me
contengo. El objetivo de esta visita es otro y le obligo a responderme. ¿Qué te
gusta?, ¿qué te mueve?, ¿qué te ilusiona? Temblando dentro del chándal titubea
un no lo sé. Lo empujo contra el armario de tres cuerpos y le invito a
replantearse la cuestión con mi brazo clavado en su pecho. Algo habrá que te
llame la atención, le escupo. El pobre niño mira a su alrededor buscando una solución
que lo libere del futuro pero solo encuentra sus cosas: las estanterías llenas
de libros, los discos que ya no caben en el armario y la televisión encendida.
“Me gustaría formar parte de todo
lo que me hace disfrutar”, reconoce finalmente y lo libero. Lástima no haberlo
sometido a un tercer grado cuando el pasado era presente.
No había en aquel cuerpo sin
terminar una idea clara sobre la profesión que deseaba hacer figurar en su
carnet de identidad, solo la vaga sensación de que le gustaría haber contribuido
a imprimir los billetes que le permitían salir de aquella habitación sin
moverse. Quería ser una puerta de embarque hacia otras historias, otras
emociones, otras fantasías imprescindibles para sobrellevar la realidad. Aún no
lo sabía, pero estaba en lo cierto al intuir la importancia de sentir a través
de lo que no te ocurre en primera persona.
Decían que se trataba de elegir
un trabajo. De alcanzar algún tipo de éxito. Nadie dijo que el objetivo era mantener
viva la curiosidad. Y allí estaba aunque la ignoraran.
Años 80. Clase obrera. La
herramienta más sencilla para imaginar era un lápiz. O mejor, un bolígrafo de
cuatro colores. Escribir parecía ser el único camino posible para el eco de un
deseo inconsciente. Avanzando la película a toda velocidad hasta el presente
son más las armas que pueden comprarse con licencia juvenil. El arsenal básico
de cualquier habitación adolescente incluye cámaras de video, programas de
diseño gráfico o editores de música al alcance de un clic. Ahora es posible ser
youtuber, bloguero o rapero en ocho metros cuadrados si cuentas con una buena
conexión a internet.
A lo largo de los años, aquel
chaval indeciso embutido en táctel ha podido asomarse a las nuevas salidas que
surgían a ambos lados de la carretera que tomó pagando con su juventud. Un
puñado de colágeno fresco por ser protagonista de sus propias historias
audiovisuales, una jugosa densidad capilar a cambio de dar voz a otros en
televisión y unas dioptrías intercambiadas por la posibilidad de insuflar vida
a personajes de ficción en crujiente papel. Sin embargo, le quedaba un trueque
pendiente y temía lo que debería entregar a cambio. Sentía mucho apego por su
dentadura. Quería formar parte de aquello que golpeaba sus emociones sin ser
visto desde que tenía memoria. Una puerta que aún hoy parecía inalcanzable. Soñaba
jugar al arte invisible. A la música.
Si mides poco más de un metro
setenta no sueñas con ser jugador de baloncesto. Y si tu voz es capaz de
desgarrar el cielo nocturno hasta desatar una tormenta de miradas suplicando tu
silencio, asumes que nunca te pedirán subir al escenario de un karaoke. A
partir de entonces admiras aún más a quienes consiguen sacar notas afinadas de
sus gargantas sin esfuerzo aparente. Lisiado en la laringe, equipado para la
audición. Así fue el reparto. Y así se aceptó. O eso parecía.
Los desvíos no siempre aparecen bien
señalizados. Un bonito mirador puede encontrarse al final de una desalentadora
carretera de tierra. Solo hace falta preguntarse qué habrá allí donde aún no
has estado, especialmente cuando escuchas rumores sobre lo magníficas que son
las vistas. El parloteo sobre las maravillosas fotografías que se podían hacer
desde ese rincón especial que es la música me llegó a través de un culebrón
musical americano. Más allá de amores, rupturas, adicciones y terribles
accidentes, todos los personajes tenían en común no solo la capacidad de cantar
sino también la de componer. Escribían canciones con una mano mientras
acariciaban mujeres casadas con la otra. Parecía irresistiblemente accesible.
Era música, el arte vetado, pero había una parte para la que no estaba
castrado: la letra. Pensé que si ellos podían hacerlo también debería
intentarlo. Ignoré que aquellos actores solo fingían componer, porque un desconocido
de carne y hueso sí escribía esas canciones en algún sitio, probablemente en
una habitación tan pequeña como la mía. Con una lámpara de Ikea en el techo. Y
una cerveza.
Junté palabras hilvanando un
desgarrado desamor con rima asonante. “Hoy te empecé a odiar” fue mi bautizo de
sangre. Una pata que caminaría coja a menos que alguien le pusiera música. La
pobre podía fingir que era una poesía para que no la miraran mal en las redes
sociales, pero ella sabía que no estaría completa hasta poder bailar envuelta
en melodía. Hubo quien la calificó de narco-corrido. Una lástima no haber
nacido en México ni tener amigos mariachis. Aquel día me convertí en el padre
de letras discapacitadas a la espera de prótesis, pero a mis ojos serían la
promesa de las canciones que podrían llegar a ser.
Me parecía feo condenarla a ser
hija única además de coja, así que me puse en el empeño de darle un hermanito.
Pensé en las carreteras que vamos tomando, unas por elección y otras por
omisión, recordé al chaval que fui y la imagen que me devolvía el espejo en
aquel momento. Me pregunté quién era ese extraño que me miraba de frente. No
estaba seguro de reconocerlo ni de si quedaría tiempo para tomar las decisiones
necesarias para estar orgulloso de él. Dibujé imágenes contradictorias en
versos de pocas palabras y nació “Extraño”, el benjamín de la familia. Ya
teníamos cuatro patas entre los tres y podíamos sortearnos el “amigo invisible”
por Navidad.
Me disponía a comprar nuevas
patas de palo para los retoños cuando un músico llamó a las puertas de mi pequeño.
“Ey, esa letra tiene fraseo de rock”, nos dijo. No nos lo podíamos creer en
casa, un desconocido benefactor conocía un hospital donde regalarle la plenitud
al mocoso. Nos pusimos en sus manos y dejamos que llevara adelante la operación
según su sabio criterio. En la sala de espera la niña no dejaba de morderse la
uñas. Temíamos que algo pudiera salir mal. Desvalijamos juntos la máquina de chucherías
para tranquilizarnos y nos quedamos dormidos en unas incómodas sillas de
plástico rígido. Pasamos días allí hasta que vimos salir al cirujano. Todo
había ido bien pero debíamos prepararnos para el impacto. Se trataba de una
intervención estética que había modificado para siempre al pequeño “Extraño”.
Y la música se hizo.
Había crecido mucho. Tenía múltiples
capas de sonido, evolucionaba en un envoltorio barroco, oscuro, adulto.
“Extraño” flotó en la sala envolviéndonos con la voz grave de Luis Vil. Buscaba
atravesar oídos sin pedir permiso. Esa sería la razón de su vida a partir de
entonces. La música ya era una más de la familia.
Marcos Alonso
@maaldi73
Luz
Que esconde.
Sombra
Que muestra.
Oculta
Al hombre.
Enseña
La fiesta.
Ruido
Que calla.
Silencio
Que llama.
Ensucia
La idea.
Despeja
La farsa.
¿Quién es el extraño
que te mira de frente?
No lo conoces. Nunca quisiste
verle.
Se acabó el tiempo de
las decisiones.
Podías ser tú. Y
elegiste perderle.
Movimiento
Que detiene.
Pausa
Que mueve.
Altera
La mente.
Paraliza
Y siente.
Calor
Que congela.
Frío
Que enciende.
Aviva
La oveja.
Mata
Y entiende.
¿Quién es el extraño
que te mira de frente?
No lo conoces. Nunca
quisiste verle.
Se acabó el tiempo de
las decisiones.
Podías ser tú. Y
elegiste perderle.
sábado, julio 01, 2017
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