domingo, julio 30, 2017

Lo bueno si breve

Me hizo tanta ilusión verte después de tanto tiempo que no volveré a llamarte hasta poder sentir lo mismo de nuevo.

sábado, julio 22, 2017

Paranoica

Fui infiel, ludópata, anoréxico y sonámbulo. Querías ver donde no había y tus fantasías me hicieron más interesante.

viernes, julio 21, 2017

Legislación convivencial

La manía se hizo costumbre. La costumbre, norma. La norma, ley. El incumplimiento conllevó sanción. La sanción, miedo. ¡Dios! ¡Me he dejado la lucecita roja de la tele encendida!

miércoles, julio 19, 2017

Elefantes rosas

Si el universo y el hombre existen es porque Dios los ha creado. Una creación compleja no puede ser fruto de la casualidad, por tanto debe haber una entidad que ha tenido la intención y capacidad de construirla. 

Un café que se derrama sobre una alfombra dibujando un singular entramado es una bella casualidad creadora. Un óvulo y un espermatozoide concretos apareándose entre millones de combinaciones posibles para crear a Kate Moss o Picasso son increíbles casualidades creativas. Cuanto mayor sea el tiempo observado, mayor será el número de inauditas creaciones accidentales. Si la vida es la mayor de todas ellas... ¿Acaso disponer de todo el tiempo del mundo no provocará de manera inevitable todos los sucesos posibles? En el infinito la casualidad es algo normal. Los elefantes rosas ya han existido o existirán. 

La música de las piedras

Si Dios escucha plegarias en todos los idiomas entiende toda forma de comunicación. Cualquier transmisión de información es un mensaje si hay un receptor que lo entienda. Abejas geolocalizando flores con su baile están comunicándose. Células reaccionando químicamente a través de enzimas y hormonas están llamándose en una permanente petición de colaboración. Átomos atrayéndose electrónicamente lanzan mensajes inertes para provocar respuestas físicas. Ondas magnéticas y ondas sonoras. Unas salen de piedras y otras de gargantas. Todas igual de importantes o insignificantes en la trascendencia. ¿Y si Dios prefiere la música de las piedras?


martes, julio 18, 2017

Pensar

Banda sonora de una película particular. Sonido imposible de silenciar. Melodía difícil de tararear. Partitura sin terminar. Pensar.

sábado, julio 15, 2017

Descosido traumático

Asomaba entre dos pliegues. Pequeñito y ajado. Fuera de sitio. Inofensivo. Tiré con fuerza para arrancarlo y abrí un boquete que me desnudó.

Onmipresente

Por más iconos que inunden mi pantalla siempre serás mi fondo de escritorio.

Dieta por decreto

Empecé llevándote vino para cenar y terminé escondiendo bocadillos en el coche.

Imposible

Estabas sepultado bajo todas esas cosas que pensaba que no iban a pasar. Aún no entiendo cómo pudiste salir.

viernes, julio 14, 2017

Minutos de oro

Y un día dejamos de estar solos. Y sus siestas fueron nuestros paraísos. Y volvimos a encontrarnos.

domingo, julio 09, 2017

Hierro, madera y plastilina




“Si quieres estar bien, haz lo que te haga sentir bien.”

Una premisa tan sencilla como esta debería ser el único faro necesario para dirigir nuestra vida. Semejante obviedad no puede estar equivocada. Todos los libros de autoayuda que se han publicado desde que el hombre tradujo los sonidos a letras pueden arder en una pira. Polvo al polvo. La clave de la felicidad ha sido hallada.

Bien. ¿Y cómo descubro qué me hace sentir bien? Los psicólogos vuelven a oler la sangre y ponen en marcha las rotativas para orientarte en el camino del autodescubrimiento. Sólo hay un pequeño problema, nadie nos conoce mejor que nosotros mismos. No hay ventanas a nuestros cerebros para que grandes eruditos estudien nuestros circuitos, ni mapas cartografiados sobre los resortes que mueven nuestras emociones. Si quieres llegar a saber qué está pasando ahí arriba no te queda más remedio que ponerte un chaleco hortera con un montón de bolsillos y pantalones caqui para emprender la sucia aventura de descubrirte.

Abrir la puerta del desván es encontrarse un caos de recuerdos, emociones y datos. Un jaleo del que parece imposible sacar nada en limpio. Es el momento de abrir la petaca preñada con un licor fuerte, armarte con un machete y empezar a cortar por lo sano para encontrar un camino transitable. Y empiezas con una pregunta ¿Qué me gusta? Parece fácil, tiras de lo que sueles contestar en una primera cita… el cine, la literatura, salir con los amigos. ¿Es lo que me gusta o lo que me he acostumbrado a decir que me gusta? Venga, algo claro y sencillo, una de esas cosas que me hace sentir bien. Una cerveza. Una caña fresca nunca falla. Hay cosas puntuales que son un estímulo positivo infalible. Parece que vamos por el buen camino hasta que las cañas del pasado nos hablan. No todas fueron igual de buenas, unas más que otras. Hubo cervezas cuyo efecto duró horas y otras que no consiguieron levantar el ánimo más allá del instante en que corrían por la garganta. Debe haber algo más debajo.

 Es hora de encender la luz frontal del casco y penetrar en zonas insondables. En las causas que provocan que una cerveza no sepa siempre igual. Y es que no es lo mismo tomarla sentado en una terraza junto al mar en vacaciones, que en casa después de una dolorosa jornada laboral. Parece evidente que la situación coyuntural en la que el líquido ambarino nos refresca influye en sus efectos embriagadores. ¿Y una misma cerveza tomada junto a las mismas vistas marítimas en periodo estival es garantía de éxito? Sí, claro, cómo no vas a estar a gusto en vacaciones. ¿Estás siendo sincero o vuelves a repetir la cantinela previsible que lo explica todo? Piensa un poco. Y bueno, no queda más remedio que reconocer que ha habido cervezas que han sabido a gloria como remate de un estresante día de trabajo y otras insípidas cañas que te has bebido, porque tocaba, mientras mirabas aburrido las mismas olas del mar. Algo se cuece unos metros más abajo. Un sustrato inferior, una capa estructural que contamina las situaciones y los estímulos.

En la mochila llevas el martillo neumático. Ese capaz de destrozar un metro de hormigón y taladrar hasta el lugar donde nacen las canas. Que empiece la fiesta y que vibre hasta la primera neurona que grabó uno de nuestros recuerdos. Detrás de los trozos de cráneo y conexiones sinápticas licuadas debe estar la madre que gobierna todo, aquella que empapa todas las percepciones y emociones. Puede que sea eso que llaman personalidad o quizás la pieza forjada que se dibujó en los primeros infiernos que caldearon nuestra metálica mente.

Una cerveza nos hace sentir bien porque nos gusta su sabor durante los instantes que la saboreamos, porque la bebemos en una etapa positiva en la que somos capaces de valorarla y también gracias a que tenemos una actitud que nos permite disfrutar de lo que está sucediendo. Esta primera exploración parece revelar que cómo nos sentimos es la suma de la interacción de tres capas emocionales: una estructural, otra coyuntural y, una última, puntual. Hierro, madera y plastilina.

¿Qué es lo que habita en el fondo? Es un territorio basto, amplio y uniforme. Algo que parece ser siempre igual, elaborado con hierro y otros materiales de gran dureza casi imposibles de alterar. Es la capa estructural que nos define como personas. La llaman personalidad como si fuera un tatuaje inalterable, pero no es cierto. Puede verse afectada en el transcurso de una vida. En los primeros años aún no ha fraguado y es más moldeable. Los sucesos y acontecimientos forjarán esa actitud vital por la que todos creerán conocernos. Dirán que somos personas alegres o pesimistas haciéndose eco de esa actitud de fondo. Es capaz de extenderse sin cambios durante décadas e incluso no variar jamás, aún así hay sucesos decisivos que sí pueden alterarla. Situaciones que rompen la placa base y la mueven a una nueva situación. Pueden ser revelaciones íntimas como descubrir qué es amar, madurar o el sentido de trascendencia. También esos sucesos que marcan una vida, giros brutales de todo signo, desde ser víctima de una agresión a la maternidad, desde la pérdida de un ser querido al éxito profesional. Momentos cuyo impacto no se puede prever porque el material sobre el que chocan es siempre único, personal.

Cuando la capa estructural es positiva, la actitud vital es fuerte y soportará mejor los vaivenes de todas las capas superiores. La capacidad de recuperación y goce tendrá los parachoques de acero reforzado para afrontar los accidentes del camino. Habrá sufrimiento, pero será mejor gestionado. Habrá placer y se alcanzará con mayor facilidad. Muy diferente será el panorama cuando el estrato madre esté enfermo. Breve será la alegría de una buena noticia y complicado arrancar una sonrisa con una mueca burlona. Intentar estar bien será un trabajo del que estar siempre pendiente.

Ascendiendo hacia la superficie emocional está la capa coyuntural. Hecha de madera, aguanta inalterable durante semanas, meses, e incluso años. Sus límites vienen definidos por las etapas personales que vamos pasando. Son los periodos de bonanza, de meseta o de bajón. Etapas en las que se sufre en un desagradable trabajo, se disfruta de un enamoramiento o se clava en las carnes alguna crisis: hijos que se marchan, pérdida de amistades o un incómodo reflejo en el espejo. La potencia de sus depresiones y picos dependerá de la madre que la sustenta por debajo. Las etapas difíciles serán menos dolorosas con un buen fondo y las más benignas correrán el peligro de precipitarse al vacío si no hay una base sólida que las sustente.

Por encima de todo están los infinitos instantes que suceden cada día, esos picotazos de realidad que nos atacan a todas horas provocando un torbellino de emociones y reacciones que parecen responder al suceso del momento. Es la capa puntual que está elaborada de plastilina. Es brutalmente susceptible a todo tipo de sucesos, desde un gag en televisión a una persona fumando en la parada del autobús. Está compuesta de una sucesión de pequeños trozos emocionales que pueden tener una extensión de segundos, minutos u horas. Son la risa ante un chiste, la indignación por una crítica injusta o la angustia antes de ir al dentista.

Alguien con prisa sólo vería la alegría que produce una fiesta y el aburrimiento de la espera a un impuntual. Se le pasaría por alto que, ante una misma fiesta, el goce y su resaca emocional será mayor o menor en función de lo que esté sucediendo en los pisos de abajo. Tampoco sería consciente del injustificado cambio de humor que provoca una breve espera cuando se está pasando por una época difícil, y lo diferente que resulta cuando la mar de fondo está en calma.

Tres capas alineadas en sentido positivo es tocar el cielo con los dedos. A partir de ahí son infinitas las combinaciones que justifican cómo nos sentimos y por qué nos afectan de manera diferente los mismos sucesos. Cuanto más oscuras sean las capas inferiores, más necesarios serán los chutes de alegría puntuales para poder sentirse bien. Un fondo bien tallado aguanta mejor las embestidas y necesita menos purpurina en la superficie para poder brillar. No hay una única manera de estar bien, pero unas cuestan más que otras.

Nuestra capacidad de influencia sobre las propias emociones es más difícil cuanto más profundo queremos llegar. Quien tenga alma de espeleólogo estará más capacitado para fotografiar las cavernas, algunas oscuras y otras brillantes, que se esconden en nuestras profundidades.

Un trago de cerveza nunca falla. Sólo cambia la duración del “Ahhhhhh”.

Marcos Alonso
@maaldi73

viernes, julio 07, 2017

All night long

Sabías hacer del primer café de la mañana el último de la noche.

Umbral auditivo

Ni luces ni sonido. Estaba apagado. Un golpe accidental subió el volumen de sus acontecimientos. Vaya. Había vivido silenciado.

jueves, julio 06, 2017

Posesión maternal



La voz que escuchaba era la de su madre. Imposible. Había muerto hace años. Sus reproches y advertencias rebotaban en la pared. Eran inconfundibles. Sin embargo en esa habitación solo estaban su hijo y ella.

Parada

Esperando que algo pasará todo dejó de pasar.

lunes, julio 03, 2017

domingo, julio 02, 2017

Insonorizado

Cerré tantas puertas para no resfriarme que nadie me escuchó cuando caí.

Black is black

Los túneles son tramos de oscuridad topografiados.

Y la música se hizo



“No me puedo creer que no tuvieras ninguna vocación cuando eras joven”
(Incredulidad de una amiga que siempre quiso ser médico)

Quienes tuvieron la suerte de descubrir en sus primeros años el objetivo al que querían dedicar sus vidas consideran casi imposible que semejante enamoramiento por un destino especial no nazca de manera natural en el pecho de todo adolescente. El niño que fui no veía fuegos artificiales en profesión alguna de las que se presentaban ante sus ojos, menos aún en las que escuchaba que elegían quienes lo rodeaban. Aquello de que todo es posible resultaba difícil de creer si no te cruzabas en las calles de tu barrio con astronautas, estrellas del deporte y actrices hollywoodienses.

El sistema educativo nos obliga a tomar una decisión vital cuando nos acercamos a la mayoría de edad aunque no sepamos qué camino tomar. Deberían instalar un área de juegos en esa carretera para poner a prueba nuestros instintos y descubrir qué nos empuja a querer ir más allá, a avanzar al siguiente nivel donde los retos son más difíciles y satisfactorios. A falta de destino marcado en el navegador, caminamos empujados por el tráfico hacia la desviación que tiene mejor iluminación. No sabemos cuántos kilómetros durarán las brillantes farolas que nos han atraído pero al menos tenemos un argumento razonable para justificar nuestra elección. Quienes optan por la profesión de sus padres cuentan con la ventaja de poder echarles en cara su desgraciada vida si así termina siendo la silla en la que queman sus días.

Me animo a recordarme. A lanzarme a una piscina de crema antiarrugas para retroceder hasta la habitación que compartía con mis hermanos. Allí pasaba sus horas un chaval que solo sentía la obligación de sacar las mejores notas que podía. Esa era la misión marcada para su jornada laboral. Nadie le explicó que además debía descubrir qué le gustaba. Me reencuentro con él y me dan ganas de cambiarle de ropa, cortarle el pelo y advertirle que las gafas que está a punto de comprar son un horror. Me contengo. El objetivo de esta visita es otro y le obligo a responderme. ¿Qué te gusta?, ¿qué te mueve?, ¿qué te ilusiona? Temblando dentro del chándal titubea un no lo sé. Lo empujo contra el armario de tres cuerpos y le invito a replantearse la cuestión con mi brazo clavado en su pecho. Algo habrá que te llame la atención, le escupo. El pobre niño mira a su alrededor buscando una solución que lo libere del futuro pero solo encuentra sus cosas: las estanterías llenas de libros, los discos que ya no caben en el armario y la televisión encendida.

“Me gustaría formar parte de todo lo que me hace disfrutar”, reconoce finalmente y lo libero. Lástima no haberlo sometido a un tercer grado cuando el pasado era presente.

No había en aquel cuerpo sin terminar una idea clara sobre la profesión que deseaba hacer figurar en su carnet de identidad, solo la vaga sensación de que le gustaría haber contribuido a imprimir los billetes que le permitían salir de aquella habitación sin moverse. Quería ser una puerta de embarque hacia otras historias, otras emociones, otras fantasías imprescindibles para sobrellevar la realidad. Aún no lo sabía, pero estaba en lo cierto al intuir la importancia de sentir a través de lo que no te ocurre en primera persona.

Decían que se trataba de elegir un trabajo. De alcanzar algún tipo de éxito. Nadie dijo que el objetivo era mantener viva la curiosidad. Y allí estaba aunque la ignoraran.

Años 80. Clase obrera. La herramienta más sencilla para imaginar era un lápiz. O mejor, un bolígrafo de cuatro colores. Escribir parecía ser el único camino posible para el eco de un deseo inconsciente. Avanzando la película a toda velocidad hasta el presente son más las armas que pueden comprarse con licencia juvenil. El arsenal básico de cualquier habitación adolescente incluye cámaras de video, programas de diseño gráfico o editores de música al alcance de un clic. Ahora es posible ser youtuber, bloguero o rapero en ocho metros cuadrados si cuentas con una buena conexión a internet.

A lo largo de los años, aquel chaval indeciso embutido en táctel ha podido asomarse a las nuevas salidas que surgían a ambos lados de la carretera que tomó pagando con su juventud. Un puñado de colágeno fresco por ser protagonista de sus propias historias audiovisuales, una jugosa densidad capilar a cambio de dar voz a otros en televisión y unas dioptrías intercambiadas por la posibilidad de insuflar vida a personajes de ficción en crujiente papel. Sin embargo, le quedaba un trueque pendiente y temía lo que debería entregar a cambio. Sentía mucho apego por su dentadura. Quería formar parte de aquello que golpeaba sus emociones sin ser visto desde que tenía memoria. Una puerta que aún hoy parecía inalcanzable. Soñaba jugar al arte invisible. A la música.

Si mides poco más de un metro setenta no sueñas con ser jugador de baloncesto. Y si tu voz es capaz de desgarrar el cielo nocturno hasta desatar una tormenta de miradas suplicando tu silencio, asumes que nunca te pedirán subir al escenario de un karaoke. A partir de entonces admiras aún más a quienes consiguen sacar notas afinadas de sus gargantas sin esfuerzo aparente. Lisiado en la laringe, equipado para la audición. Así fue el reparto. Y así se aceptó. O eso parecía.

Los desvíos no siempre aparecen bien señalizados. Un bonito mirador puede encontrarse al final de una desalentadora carretera de tierra. Solo hace falta preguntarse qué habrá allí donde aún no has estado, especialmente cuando escuchas rumores sobre lo magníficas que son las vistas. El parloteo sobre las maravillosas fotografías que se podían hacer desde ese rincón especial que es la música me llegó a través de un culebrón musical americano. Más allá de amores, rupturas, adicciones y terribles accidentes, todos los personajes tenían en común no solo la capacidad de cantar sino también la de componer. Escribían canciones con una mano mientras acariciaban mujeres casadas con la otra. Parecía irresistiblemente accesible. Era música, el arte vetado, pero había una parte para la que no estaba castrado: la letra. Pensé que si ellos podían hacerlo también debería intentarlo. Ignoré que aquellos actores solo fingían componer, porque un desconocido de carne y hueso sí escribía esas canciones en algún sitio, probablemente en una habitación tan pequeña como la mía. Con una lámpara de Ikea en el techo. Y una cerveza.

Junté palabras hilvanando un desgarrado desamor con rima asonante. “Hoy te empecé a odiar” fue mi bautizo de sangre. Una pata que caminaría coja a menos que alguien le pusiera música. La pobre podía fingir que era una poesía para que no la miraran mal en las redes sociales, pero ella sabía que no estaría completa hasta poder bailar envuelta en melodía. Hubo quien la calificó de narco-corrido. Una lástima no haber nacido en México ni tener amigos mariachis. Aquel día me convertí en el padre de letras discapacitadas a la espera de prótesis, pero a mis ojos serían la promesa de las canciones que podrían llegar a ser.

Me parecía feo condenarla a ser hija única además de coja, así que me puse en el empeño de darle un hermanito. Pensé en las carreteras que vamos tomando, unas por elección y otras por omisión, recordé al chaval que fui y la imagen que me devolvía el espejo en aquel momento. Me pregunté quién era ese extraño que me miraba de frente. No estaba seguro de reconocerlo ni de si quedaría tiempo para tomar las decisiones necesarias para estar orgulloso de él. Dibujé imágenes contradictorias en versos de pocas palabras y nació “Extraño”, el benjamín de la familia. Ya teníamos cuatro patas entre los tres y podíamos sortearnos el “amigo invisible” por Navidad.

Me disponía a comprar nuevas patas de palo para los retoños cuando un músico llamó a las puertas de mi pequeño. “Ey, esa letra tiene fraseo de rock”, nos dijo. No nos lo podíamos creer en casa, un desconocido benefactor conocía un hospital donde regalarle la plenitud al mocoso. Nos pusimos en sus manos y dejamos que llevara adelante la operación según su sabio criterio. En la sala de espera la niña no dejaba de morderse la uñas. Temíamos que algo pudiera salir mal. Desvalijamos juntos la máquina de chucherías para tranquilizarnos y nos quedamos dormidos en unas incómodas sillas de plástico rígido. Pasamos días allí hasta que vimos salir al cirujano. Todo había ido bien pero debíamos prepararnos para el impacto. Se trataba de una intervención estética que había modificado para siempre al pequeño “Extraño”.

Y la música se hizo.

Había crecido mucho. Tenía múltiples capas de sonido, evolucionaba en un envoltorio barroco, oscuro, adulto. “Extraño” flotó en la sala envolviéndonos con la voz grave de Luis Vil. Buscaba atravesar oídos sin pedir permiso. Esa sería la razón de su vida a partir de entonces. La música ya era una más de la familia. 

Marcos Alonso
@maaldi73

 
Luz
Que esconde.
Sombra
Que muestra.
Oculta
Al hombre.
Enseña
La fiesta.

Ruido
Que calla.
Silencio
Que llama.
Ensucia
La idea.
Despeja
La farsa.

¿Quién es el extraño que te mira de frente?
No lo conoces. Nunca quisiste verle.
Se acabó el tiempo de las decisiones.
Podías ser tú. Y elegiste perderle.

Movimiento
Que detiene.
Pausa
Que mueve.
Altera
La mente.
Paraliza
Y siente.

Calor
Que congela.
Frío
Que enciende.
Aviva
La oveja.
Mata
Y entiende.

¿Quién es el extraño que te mira de frente?
No lo conoces. Nunca quisiste verle.
Se acabó el tiempo de las decisiones.
Podías ser tú. Y elegiste perderle.

Sin abrir

Caduqué en tu despensa.