No hay peor manera de animar que usando el verbo en imperativo.
jueves, junio 29, 2017
miércoles, junio 28, 2017
Parvulíticos
- Solo sabe decir: "¡mira lo que he hecho!", "soy mejor que los demás" y "yo no he sido", doctor.
- ¿A qué se dedica su marido?
- Político.
martes, junio 27, 2017
domingo, junio 25, 2017
Cazadores de historias
“Se acaba de caer un invitado
para el programa de hoy. Dejad todo lo que estéis haciendo.”
Pocas palabras más dolorosas
puede escuchar un redactor de un programa de televisión que depende
exclusivamente de los invitados de plató. Si hay que buscar un médico o un
abogado, se tira de agenda y algún desdichado profesional termina cancelando
una cita para poder estar delante de los focos. Ahora bien, cuando lo que los
espectadores están demandando con saliva en las comisuras es un desconocido que
despliegue en pantalla todo su historial amoroso, con suculentos detalles de
infidelidades, problemas económicos y rebeldías de sus retoños, la cosa se
complica.
Son las doce del mediodía de un
martes cualquiera. En ese momento sabes, porque lo sabes, que en algún lugar no
demasiado alejado de los estudios de televisión, hay alguien que está haciendo
su vida normal ignorando por completo que en apenas siete horas va a estar
sentado en un sofá, maquillado y peinado por grandes profesionales, dispuesto a
revelar una parte morbosa de su biografía para entretener a familiares, amigos,
vecinos y desconocidos varios. Se acaban de poner a girar las ruedas del azar.
No tarda en llegar el primer
grito esperanzado que sale de la mesa donde trabajan cinco parejas de
redactores, una para cada día de la semana, a diez teléfonos pegados. ¿Habéis
llamado al reserva? ayer se cerró a un chaval que contaba que su mejor amigo
siempre se liaba con sus novias, ¿dices Alfredo?, sí ese, lo hemos desconvocado
esta mañana cuando hemos confirmado que venían todos, seguro que si le llamáis
viene, a estas horas ya no se puede porque no le da tiempo a llegar en autobús,
ponedle un taxi, dice producción que es demasiado caro desde allí, ¿y no puede
traerle nadie?, ya lo hablamos con él y no había otra forma, es una putada, lo
hemos metido en el programa de “Triángulos amorosos” del viernes, o sea que hay
que buscar a alguien que viva cerca, va a ser que sí, ¿cuál era el tema que
teníais?, “No te vuelvo a perdonar”, vale cualquier cosa ¿no?, a estas horas
basta con que respire y venga, a ver a quién liamos, ya.
La situación es complicada pero
al menos ha habido suerte. El tema es bastante abierto. Son muchas las
historias que tienen cabida dentro del perdón, desde hijas que se quejan de que
su madre revisa sus cajones hasta hombres que están hartos de que sus amigos
les hagan fotos borrachos y las compartan en las redes sociales. Está claro que
los jefes prefieren las historias más impactantes, mucho mejor una mujer casada
que ha descubierto que su marido ha dejado embarazada a otra o una madre coraje
que está arruinada por el continuo atraco a lágrima armada de un hijo
politoxicómano. Pero cuando solo faltan horas para que se enciendan las cámaras
y el presentador fuerce una sonrisa deseando buenas tardes, casi cualquier
historia puede perfilarse para encajar bajo ese título. Los hados del destino
no siempre son tan benévolos y castigan a los humildes mortales con dolorosos y
estrictos títulos que un maldito guionista ideó sin pensar en ellos: “Hace cien
años que no hago el amor”, “Vivo con mi ex” o “Te pillé in-fraganti”. Ante
batallas de ese calibre, el arte de saber enfocar un testimonio es el arma
secreta de un buen redactor. El malo se relaja esperando a que sus compañeros
trabajen por él. La estrategia del “todos a una” en situaciones de crisis
siempre beneficia a los vagos.
Identificarse con un condenado que espera a que el juez dicte sentencia es fácil para quienes tiemblan hasta escuchar el tema del programa que les absorberá la próxima semana. Se cruzan dedos esperando algo sencillo, un “Arraso por donde paso” o un bonito “Vivo al límite”. Se invoca a la virgen de las páginas amarillas para pedirle cinco días sin infidelidades y se lanzan promesas de recorrer el camino de Santiago si te dan la condicional con un “Niños artistas”. Cae el mazo y se atisba llanto contenido por la desesperación. ¿Qué os ha tocado?, “Dame una segunda oportunidad”, no es tan difícil hombre, nos han pedido que vengan las dos partes aunque se lleven mal, seguro que sale, saldrá como siempre pero va a ser un infierno, a estas les ha tocado “¡Qué bien viven los famosos!”, siempre les dan lo fácil, ya sabes por qué, ¿y qué os ha caído a vosotros?, el “Busco pareja”, qué suerte, los chicos son fáciles pero las tías no, compran a cualquiera que venga si es mujer, hasta eso es difícil, ellos se lo toman a cachondeo pero ellas son más dignas, qué me vas a contar, ánimo, ¿vamos a la máquina?, echamos uno rápido porque tengo una llamada en diez minutos, vale.
Esa mañana el objetivo está claro:
conseguir que venga un invitado. Después ya se verá qué es lo que cuenta. No
será difícil encontrar algún motivo por el que esté enfadado con alguien, o
molesto, o al menos cansado. Y si no siente nada de eso, que cuente lo que
tenga que contar desde un punto de vista divertido, a modo de rapapolvo público
para avergonzar a quien no puede perdonar por la razón que sea. Las
posibilidades son infinitas. Solo hay un problema, localizar un cuerpo que
pueda estar presente a la hora y en el lugar convenidos. Y que tenga todos los
dientes. Eso es importante. Si es feo que lo sea, pero que no le falten piezas
y a poder ser que no hable despacio. La velocidad y énfasis verbal son
fundamentales. Hay quien lo llama vehemencia en las inútiles reuniones de
equipo ideadas para que los jefes ejerzan según dicta su nómina. Cuando se
trata de invitados extranjeros, la energía depende de las nacionalidades. Un
cubano o un argentino tienen un ritmo difícil de alcanzar por un ecuatoriano o
un chileno. No es cuestión de banderas sino de palabras por minuto.
Los candidatos a ser invitados
“pertenecen” temporalmente al redactor que los localiza por primera vez. El
profesional que genera el vínculo lo mantiene hasta conseguir que participe en
el programa. En uno de SUS programas. Una vez conseguida una pieza es muy
doloroso soltarla. No solo porque todo su esfuerzo termina en manos de otro
sino porque una vez emitido el espacio, nadie recordará quién lo consiguió y
pasará a formar parte de la agenda de OTROS redactores. Entonar el hoy por ti y
mañana por mí es un cántico hippie que solo funciona entre auténticos
compañeros. Basta una manzana podrida, y la inevitable ceguera de jefas más
preocupadas por el modelito van a lucir al día siguiente, para que el cesto
empiece a hervir junto a la máquina de café. Afortunadamente la redacción sí
sabe lo que ocurre en la mesa. No se le escapa quién pasa teléfonos
permanentemente desconectados o consume dos días en dibujar con colorines el
título del programa que le ha caído en desgracia. Son personas que, con un poco
de suerte, deberán sacar adelante un “Los hombres no sabéis lo que pensamos las
mujeres hasta que os lo gritamos” y se les permitirá sustituir el teléfono por
un juego de rotuladores durante toda la semana.
“Toda esa gente que sale en la
tele contando su vida son actores a los que les pagan”. Las leyendas urbanas
nacen del desconocimiento ante lo inexplicable, como cualquier religión.
Ojalá hubiera plantaciones de
invitados. Mejor de temporada, frescos y nuevos para la televisión, los más
deseados y que más altas cotizaciones alcanzan en el mercado. Llevan en la caja
la etiqueta dorada de “Virgen televisivo”. Si no es posible financiar
plantaciones de ese calibre, los redactores darían un trozo de intestino
delgado por un invernadero de invitados criados bajo plástico. Frutas con mucho
brillo y menos sabor que ya conocen lo que es crecer bajo luz artificial. Por
desgracia, hasta que el sector primario decida alimentar las sillas de la
pequeña pantalla no queda más remedio que buscar comida de estraperlo,
moviéndose entre los bajos fondos emocionales hasta encontrar algo que llevarse
a la boca.
¿Alguien ha llamado a Conchi la
del estanco? siempre está disponible y tiene mil historias, vino la semana pasada
otra vez, no me enteré ¿y Mª Mar la que tiene gemelas?, siempre cuenta lo
mismo, déjame llamarla a ver qué le saco, ¿cuándo vino por última vez?, hará ya
cuatro o cinco meses, no me engañes, vino a “Como dos gotas de agua” porque
faltaba una historia y tuvo que ser por febrero, pégale un toque pero los demás
seguid buscando, dice Mª Mar que tiene a una de las niñas enferma y que su
hermana tiene turno de tarde, o sea que no puede venir, va a preguntar a su
marido si puede salir antes, ¿y qué historia tiene?, puede contar que no le
perdona a su marido que ya no sea romántico, es muy flojo, cuenta que antes le
ponía pétalos de rosa en la cama y ahora se duerme cuando ella se pone
picardías, bueno si es algo así igual sirve, ahora dice que su marido no puede
a menos que le sustituya el compañero, dile que le ponemos taxi donde esté,
dice que sale a las seis y media, es demasiado tarde, ¿y si es el último
invitado no le da tiempo?, un poco justo pero igual sí, dice que vale, chicos
parece que hemos cerrado el programa, (alivio general), ¡no! que el compañero
tiene dentista y no puede, seguid buscando.
En toda misión descabellada hay
un punto de no retorno. Un momento en que la tripulación sabe que no puede
volver atrás y debe seguir adelante como sea, con los medios de que disponga,
porque ya no puede esperar que venga a rescatarle el séptimo de caballería. El
programa debe seguir adelante pase lo que pase. En televisión todo acaba
saliendo a cualquier precio. Y el espectador nunca se entera de lo que ha
costado. Las horas avanzan y los generales se rinden: “Chicos, dejamos de
buscar, alargaremos las otras entrevistas. Esperemos que sean buenas”. Alguien
dice por lo bajini que podían haber tomado esa decisión desde el principio. La
euforia borra el pensamiento común y los zombies bajan a comer hora y media más
tarde de lo habitual. A nadie le importa. El trabajo es así. Al bajar se cruzan
en las escaleras con la parte del equipo que no busca invitados. Su horario es
más estable. Su vida es otra.
La pareja responsable del
programa de esa tarde come un bocadillo en su mesa. Deben bajar en un rato a la
sala donde esperan los invitados que han ido atesorando durante cinco largos
días. Con restos de lomo y queso entre los dientes abren la puerta de la salita
de espera sacando el robot saludador que llevan dentro. ¿Qué tal estás ISABEL?,
¿Ha sido largo el viaje desde TOLEDO?, come un pincho de TORTILLA
que está muy buena, ahora no te entra por los nervios pero ya verás como al
terminar tienes hambre, EMILIO tú eres acompañante de PEDRO ¿no?,
¿has salido alguna vez en la tele?, eres muy majo y seguro que tienes muchas
cosas que contar, dame tu teléfono EMILIO, todos venís a hablar de LO
QUE NO PERDONÁIS, el presentador es muy majo, os lo va a poner muy fácil, LOLI
estás muy guapa con ese VESTIDO AZUL, ya verás qué bien das en cámara,
ahora vamos a repasar las entrevistas uno a uno, te veo nerviosa ESTÍBALIZ,
tranquila mujer, el plató es muy pequeño, vas a estar como en casa.
Y resulta que Estíbaliz está tan
nerviosa que todo el mundo teme que no pueda dar demasiado juego en la entrevista. Con un invitado menos es
impensable poder hacer el programa en esas condiciones. La situación se ha
vuelto crítica. Dirección consulta si se puede emitir un programa grabado que
se guarda como colchón en caso de fuerza mayor. Desde producción aseguran que
no se puede porque el gasto de hoy está hecho y debe emitirse en directo como
sea. ¿De dónde se saca un nuevo invitado a una hora del programa? Uno de los
redactores vuelve a la salita donde se cuece su destino.
“Emilio, estamos en crisis.
Necesitamos una historia más ¿Te animarías a salir esta tarde?”
Una línea argumental para
orientar su entrevista, unos polvos mates en la cara y Emilio triunfa
arrastrado por la irrealidad del momento. Mientras el piloto de la cámara
permanece encendido, los redactores atienden las llamadas en la centralita del
programa y solo respiran los siete minutos de la publicidad. Corren a la sala
de invitados a robar unas croquetas y vuelven a su puesto hasta que se apagan
los aplausos del público. Agotados se arrastran hasta la redacción y se dan de
bruces con una imagen habitual. Sus compañeros siguen allí aunque la jornada
laboral según contrato ha terminado hace tiempo.
“Chicos, falta uno para mañana”
Marcos Alonso
@maaldi73
viernes, junio 23, 2017
Condenados
Aquellos edificios que se pierden en el horizonte almacenan las cosas que guardamos para las ocasiones especiales.
jueves, junio 22, 2017
Equilibrio Circular
Que nadie te pida lo que no quieras dar. Que lo que quieras dar te permita recibir. Que lo que recibas te sea suficiente.
miércoles, junio 21, 2017
Malditos
El malo se aprovecha del bueno.
El bueno quiere cazar al malo.
El malo engaña al bueno.
El bueno solo lo caza volviéndose malo.
martes, junio 20, 2017
domingo, junio 18, 2017
¿Quién es esa chica?
“¿Puedo pedir un café con leche y un cruasán?”
Una pregunta educada, casi
infantil, la de quien sabe que no va a pagar la cuenta. Pero había algo más en
aquella chica rubia, una duda real sobre si podía pedir lo que en ese momento le
estaba apeteciendo o no, como si estuviera acostumbrada a recibir una negativa
por respuesta. Lo natural hubiera sido pedir su desayuno y esperar que alguien
lo pagara por ella. En el peor de los casos se vería obligada a aflojar unos
pocos euros. Sobre todo teniendo en cuenta con quién había aparecido en el bar
del puerto de Navacerrada donde las esperábamos mi compañera y yo. La
esquiadora Blanca Fernández Ochoa.
Uno de los mayores tesoros que se
debe proteger en todo viaje de trabajo es la carterita donde se lleva el dinero
que ha entregado producción para hacer frente a los gastos diarios. Coger la
carretera es empezar un intercambio de billetes por tickets que justifican en
qué ha sido empleado el dinero. Allá donde vayas, un ojo fiscalizador repasará
todos los pasos que has dado lejos de la oficina. Si quieres que las cuentas
cuadren, aléjate de las máquinas expendedoras porque jamás podrás justificar
las monedas que se han tragado. Además de sufragar hoteles, gasolina y comida,
esa asignación permite abonar las consumiciones de quienes están dedicando su
tiempo a atenderte, y más aún, están dispuestos a aparecer en el programa que
estás preparando. Ellos lo intuyen. Algunos no están seguros. Pero ninguno pide
permiso para consumir. En aquel momento era inevitable preguntarse ¿quién es
esa chica de rizos rubios?
Abrigada hasta las cejas, como
todos nosotros, nos miraba desde la esquina más alejada de la mesa concentrada
en saborear su desayuno. No parecía interesada en nuestra conversación.
Repasábamos los álbumes de fotos de la deportista sobre la mesa del bar, desde
la infancia en la estación de esquí de Navacerrada donde trabajaban sus padres
hasta su mayor triunfo, la medalla de bronce en Albertville 1992 que la
convirtió en la primera deportista española en pisar un podio en unos Juegos
Olímpicos de Invierno. Aquel galardón supuso la liberación de una obligación
impuesta sobre los retoños de la familia desde que Paquito ganó el oro en Sapporo
allá por 1972. Un éxito que puso a los hermanos Fernández-Ochoa en el punto de
mira de los ojeadores deportivos y supuso un agridulce esfuerzo para toda la
familia. Días de invierno aislados del mundo en la estación del puerto, los niños
trasladados a centros de entrenamiento intensivo lejos de sus padres y la
necesidad de cumplir con unas expectativas puestas sobre unos jóvenes que bailaban
en sus esquíes. El éxito parece justificar todo esfuerzo, pero ay, qué árido es
el camino cuando no se sabe si llegará a alcanzarse.
Era inevitable mirar de reojo a
la misteriosa acompañante de la deportista. Permanecía silenciosa en su
asiento, sin soltar palabra. Era joven, tendría veintipocos años. Cabría pensar
que era una colaboradora de la esquiadora, su secretaria quizás, no era una
suposición descabellada puesto que la estaba acompañando a una reunión de
trabajo. Sin embargo no estaba tomando notas, apuntando detalles ni preguntando
sobre las necesidades que estaban por venir. Debía ser una amiga, tal vez de
Cercedilla. La cita profesional podría haber sido aprovechada para pasar unos
días en el pueblo y retomar el contacto con algunas amistades. No era lo más
ortodoxo que hubiera aparecido con ella, pero tampoco algo impensable. No
estábamos en una recepción palaciega, aquello era una mesa de bar reconvertida
en sala de reuniones portátil. Quizás era una amiga, sí. Era la única
explicación posible.
El hambre rompió el mutismo de la
chica mientras comentábamos que habíamos visto en el pueblo unos diplomas nazis
concedidos a un esquiador de Cercedilla cuando el Tercer Reich aún gozaba de
buena salud. Avanzamos unas décadas para atender sus necesidades como requería
nuestra misión en aquella cumbre nevada. Sacamos la ridícula carterita que
jamás utilizaríamos en nuestra vida real para calmar su estómago y con una
sonrisa que escondía estupefacción nos acercamos a la barra. El cruasán aún
debía estar nadando en café con leche allá donde termina el esófago pero el
hambre había vuelto a poseer a aquella chica. Parecía que quisiera
aprovisionarse, como si más adelante no pudiera volver a comer o temiera las
dotes gastronómicas de la insigne esquiadora. Algo se nos escapaba.
Miramos a Blanca. Ella entendía
qué estaba pasando e intuía nuestra extrañeza, pero no decía nada. Su rostro
duro, curtido bajo mil soles fríos, contaba infinitas historias pero no daba
respuesta a aquella incógnita. Tan pronto apareció el bocadillo, las manos
enguantadas de la chica rubia se hicieron con él asegurándose que no se lo
quitara nadie. Ya era suyo. Con su premio a buen recaudo, volvió a su sitio
dispuesta a despachar aquel manjar con los cinco sentidos. Recuperó su
condición de convidada de piedra y retomamos nuestro repaso a las imágenes de
una vida, la de una mujer visceral, pura emoción y energía. Una luchadora que
no esconde la niña que aún es capaz de escribir con las dos manos a la vez sin
cometer un error, que sigue dispuesta a saltar al potro en el colegio de monjas
donde estudió y no teme seguir sus propios instintos aunque la conduzcan por
senderos sin señalizar.
La chica no pidió más combustible
para su metabolismo. Se había mimetizado con el espacio y prácticamente habíamos
dejado de verla. Continuamos la charla sin interrupciones salvo la incómoda vibración
de mi móvil silenciado sobre la mesa. Parecía estar más solicitado que un
ministro, pero no podía apagarlo por motivos de trabajo. Tantas llamadas sin
contestar inquietaron a la esquiadora. Me animó a cogerlo si era importante y
me vi obligado a justificar el acoso telefónico para no parecer descortés. Era
mi cumpleaños. Resultaba evidente que aquella sala de reuniones no estaba
blindada contra la cotidianidad. La confesión forzó una educada felicitación
que fue mejor recibida de lo que esperaba. Aquella mujer me gustaba. Era mucho
más que una medallista olímpica.
El repaso del pasado llegó hasta
el presente y cerramos satisfechos la última hoja del tercer álbum de recuerdos.
Deshicimos el hechizo sobre nuestro despacho devolviéndole su habitual aspecto
de mesa tabernera, nos subimos las cremalleras y cuando nos disponíamos a
salir, la chica desconocida volvió a hablar. Nos pidió que la esperásemos un
momento porque necesitaba ir al baño. Por primera vez nos quedamos solos con
Blanca. No nos debía ninguna explicación sobre la identidad de su acompañante.
Nos había tratado con una cortesía exquisita. Estábamos a punto de separarnos
para siempre y lo más sencillo era que la identidad de su amiga permaneciera
siendo un secreto para quienes no necesitaban saberlo. Sin embargo fue generosa.
Había conocido a la chica de
rizos rubios participando en un programa de televisión. Se trataba del
reality-show “Invisibles”, en el que varios personajes famosos se hacían pasar
durante unos días por mendigos que vivían en la calle para sentir en sus
propias carnes la crudeza del olvido. Blanca había fingido ser una indigente.
La chica rubia lo era. O lo había sido. Cuando la cámara y las luces se apagaron,
la deportista tomó la decisión de llevársela a su casa para intentar romper el
círculo de la desesperanza. Llevaba unos días viviendo con ella.
Aquella joven no tenía hambre,
tenía miedo a tener hambre.
Pasamos la tarde buscando
localizaciones para la grabación, nos volvimos locos intentando encontrar el
lugar de descanso de Paquito Fernández-Ochoa. Buscábamos una lápida y nos
equivocábamos. Sus restos están señalados por una enorme roca en forma de
corazón. No le abrimos el pecho para comprobarlo, pero debía ser del mismo
tamaño que el de su hermana Blanca.
Marcos Alonso
@maaldi73
sábado, junio 17, 2017
Letra pequeña
Y apareces con una elegante camisa azul. ZOOM Blanca con dibujitos azules. ZOOM Dime que no son caballitos de mar.
jueves, junio 15, 2017
miércoles, junio 14, 2017
martes, junio 13, 2017
sábado, junio 10, 2017
viernes, junio 09, 2017
miércoles, junio 07, 2017
lunes, junio 05, 2017
domingo, junio 04, 2017
Escenario móvil
Son tantos lugares donde potencialmente podría estar que solo puedo pensar que no existe un allí donde no estoy.
Sintonía
Nos compenetramos tan bien que me cansé de decirte lo que pienso justo cuando te hartaste de que te lo dijera.
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Autoengaño
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