Seis meses. Sí, por lo menos habían pasado seis
meses desde que habló con su madre por última vez. Debió de ser por navidad.
Este año no pasaron las fiestas con ella porque era imposible hacer un viaje
tan largo con los niños tan pequeños. Bueno, sí podían haber venido pero
hubiera resultado agotador. No merecía la pena. Al menos no para ellos. A su
madre le hubiera encantado, claro. Pero ella no tenía que coger el coche muerta
de cansancio después de cinco días de trabajo y hacerse quinientos kilómetros.
Cinco horas de coche se transforman en siete cuando vas con críos. Un pequeño
infierno sobre ruedas. Y no sólo eso, visitar a una madre en Nochebuena supone
condenarse a pasar la Nochevieja con los suegros. Esta vez no habían estado
dispuestos a seguir el mismo juego. Plantarse fue un acierto. Un lujo
doméstico.
Llamar a su madre se convertía siempre en una
píldora de culpabilidad. Aquella vez lo fue aún más. Estaba deseando ver a los
niños. Había comprado regalos para ellos. Terminó enviándolos por correo. Le
propuso pasar las fiestas con ellos pero no quiso. La cadera. Eso dijo. Esa
parte del cuerpo se había convertido en el sinónimo de no sentirse cómoda fuera
de su propia casa. No sabía cómo hacerle cambiar de opinión. Igual a su mujer
se le notaba que prefería no tener invitados. Igual se le notaba a él.
Cuando marcar un número de teléfono te hace sentir
mal, dejas de llamar.
Siempre le habían gustado las margaritas. Las que
llevaba envueltas en un bonito papel de seda eran amarillas. Sencillas pero
llenas de vida, como su madre. Esperaba que le gustaran. Sabía se volvería loca
de alegría cuando abriera la puerta. Por verle a él, no por las flores. Aún así
quería llevarle algún regalo más que él mismo por su cumpleaños. Setenta y dos
cumplía. ¿O eran setenta y tres? Le preguntaría a su hermano en cuanto lo
viera. Habían quedado en el portal para subir juntos. Al menos él vivía más
cerca de su madre y podía verla más a menudo. Eso le dejaba más tranquilo. Si
pasaba algo, al menos Rafa podía coger el coche y plantarse en su casa en media
hora. No todos los padres tenían esa suerte. Su madre, sí.
Allí estaba. Con la chaqueta de cuero de siempre, lo
que le quedaba de las viejas greñas de rockero y sin un regalo en las manos.
Seguro que seguía sin usar cartera. Decía que estaban hechas para guardar
billetes, así que no tenía sentido llevar una. Hace años le regaló una de piel
y la devolvió para quedarse con el dinero. Entonces le hizo gracia. Ahora
empezaba a preocuparle. Un poco. La verdad es que le veía bien. Le gustaba
abrazarle. Era un buen tío. Las flores serían de parte de los dos.
- Joder tío… hacía la de Dios que no nos veíamos… - Miró a Rafa con
cariño.
- Desde octubre o así, ¿no?...
cuando volví del lío del verano. – Los bolos le habían mantenido fuera
de Madrid más de tres meses.
- Sí, la súper gira con el gran artista… ¿sigue igual de imbécil? – Por
lo visto el cantante se creía el nuevo Bono después de una canción de éxito
underground.
- Por fin se ha dado cuenta que no es nadie, como nosotros… - Apagó el cigarro.
- Entonces habrá empezado a pagar las cañas – Aún recordaba las quejas de
Rafa sobre las cervezas que se había bebido el tipo a su cuenta.
- Ese es de los tuyos… tiene cartera pero sólo la abre para enseñar las
fotos de sus hijos. – Le encantaba tocarle los cojones al pijo de su hermano.
- Qué cabrón… este ramo lo he pagado yo. – No podían evitar caer en el
juego cada vez que se veían.
- Entonces me ahorro tener que ver las fotos de los nuevos Lacoste de tus
hijos.-
- No visten de Lacoste. – Se defendió.
- ¿Tommy Hilfiger? –
- Yo qué sé, lo que haya en la tienda… no miro las marcas. – Esperó
resultar convincente.
- Tú mujer sí. – Le dio un codazo en la chaqueta de punto inglés.
- ¿Y tú andas con alguien ahora? – Era mejor cambiar de tema.
- Bah… nada serio… ya sabes… prefiero estar libre para poder ver a los
niños siempre que puedo. –
- ¿Con Sara bien? – Rafa se había separado hacía dos años.
- Hombre… a ella le gustaría que le pasara más pasta pero… - Encogió los
hombros.
- Eso te pasa por… -
- … no llevar cartera. Ya me lo sé. – Sonrió por los viejos tiempos. –
Pasa por querer vivir de lo que te gusta. –
- Lo sé… - Le cortó
- ¿Qué tal está mamá? Le he llamado pero no me ha cogido.-
- ¡Dijimos que era una sorpresa! – Se enfadó.
- Ya, coño, le iba a felicitar y decir que estaba en casa… -
- Ah… - Respiró. – La verdad es que hace bastante que no veo a la vieja.
–
- ¿No vienes todas las semanas? – Se preocupó.
- Cuando puedo… pero he andado liado con un nuevo grupo que andan
montando el Barri y sus colegas. – Reflexionó. – Al final te lías con una cosa
y otra, los niños, algún bolo… ya sabes.-
- Las semanas se van sin sentir, ya lo sé… pero ¿cuándo estuviste con
ella? – Había dado por sentado demasiadas cosas.
- Buff… por Semana Santa o así sería… - No era bueno recordando fechas.
- ¡Hace tres meses que no la ves! – Se indignó – Joder, tío. – Pulsó el
botón del piso de su madre con rabia.
- Vine con los niños… más tiempo hace que no te ve a ti… - El eterno
rollo de que el que vive cerca tiene que hacer más.
- ¿Y si ha necesitado algo? – Volvía la culpabilidad a todo pulmón.
- Si tiene algún problema, me llama. Ya lo sabes… tranqui, joder.- Le
aburría escuchar la misma cantinela de preocupación pasiva.
- Jo, tío… tenemos que organizarnos mejor o algo… se está haciendo mayor
y está sola… -
- Tiene su vida, está bien. –
- Oye ¿Cuántos cumple? ¿Setenta y tres? –
- Cuatro. -
- Ostia. Igual hay que ir pensando en que alguien vaya a su casa todos
los días. – Su suegra tenía chica y eso que aún conservaba al marido.
- No exageres. – Empujó la puerta del ascensor.
- Tienes llave, ¿no? – Él siempre tocaba el timbre.
- Sí. Le soltamos un felicidades a bocajarro ¿vale?… Tres, dos, uno. – Abrió
la puerta.
- ¡Felicidades mamá! – Soltaron a dúo.
Nadie respondió y un fuerte olor a descomposición
les taladró la nariz.
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