jueves, enero 22, 2009

Salpicaduras

Ya no sentía la lluvia mojar su cara. Seguía corriendo con la mirada fija hacia delante. Tenía que llegar a tiempo. El acompasado ardor de sus pulmones marcaba el ritmo de una despedida. Debía estar allí. No buscaba el perdón, sólo hacer algo que necesitaba.

Las zapatillas estaban desbordadas de tanto llanto, llevaban años recorriendo a escondidas el mismo camino que llevaba a aquella casa de tejado azul. El refugio donde una mujer olvidada por su familia había conseguido hacer crecer otra nueva.

El mismo frío que tan bien conocía desde que tenía memoria envolvía su piel empujándola a una sala en la que nadie esperaba su presencia. El brillo de una luz encendida en la ventana del segundo piso le hizo apretar el paso.

La persona que tocó a la puerta no era la misma que había salido de allí quince años atrás. La menor de sus nietas fue la primera en ver al extraño.

- ¿Y tú quién eres? –
- Un amigo de Laura, tu madre ¿Puedo verla? –
- No... no está bien. -
– ¿Y a tu otra mamá, cariño? –

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