Asistenta andaluza mal pagada recibiendo en la entrada del chalet a su señora de vuelta de la peluquería mientras azota con fuerza el cierzo. - ¿Qué tal señora? ¿vien-tó? –
Recién licenciado que no deja de pasearse en la recepción de un estudio urbanístico a la espera de su primera entrevista de trabajo. - ¿Sabe si tardará mucho en atenderme? – - Me temo que tendrá que esperar un rato más… Pero por favor, no de más vueltas y quédese arquí-tecto. -
Relaciones urinarias: Aquellas en las que desde el primer momento sabes que el chorro de emociones terminará más temprano que tarde, pero te resulta imposible cortarlo antes de tiempo porque es muy placentero y encima, si lo haces, te quedas con muy mal cuerpo.
Gitano mostrando orgulloso a su perro la caseta que acaba de hacerle con tablas viejas. - Pisha, ¿Qué te parese tu nueva keli? – - Menos chorradas y cha-pa-kumen más pienso, cabrón…-
Relativizar es un arma de doble filo. Permite quitar importancia a cosas que no la tienen neutralizando el daño que son capaces de hacer, pero también puede anestesiar la ilusión que producían otras cosas tan banales como las primeras.
Matrimonio joven barajando nombres para su futuro retoño antes de cenar. - Si le llamamos Jon es imposible que nadie juegue con su nombre, ¿verdad? – - Jo-no estaría tan seguro…- - ¿Qué te parece Iker? Corto y sencillo.- - ¿I-ker quieres que te diga? ¿Que con ese nombre está a salvo? – - Cómo eres… está bien ¿Y si le ponemos Oier?- - ¿Oi-er miércoles, no? - - Vaaale, le podemos llamar Aitor… ¿Qué tenemos para cenar? – - Ai-tor-tilla de patatas… - - Aggg!!!! A ver si con un poco de suerte es niña y le llamamos Aizpea. – - Ai-zpea un momento... me temo que ese nombre también es potencialmente peligroso… - - Pues… ¡Ainhoa! Y sirve la cena de una vez…– - ¡Ai-no-hay pan para acompañar la tortilla! – - Eres lo peor… -
Debemos aceptar a los demás tal y como son, pero nuestra actitud hacia cada uno será tan variopinta como ellos mismos. En igualdad de condiciones, el que quiera obtener lo que otros reciben deberá cambiar antes de exigir.
No solían gustarle los objetos meramente decorativos, siempre le había parecido que lo que hoy era precioso al cabo de pocas semanas se trasformaba en un trasto que acumulaba polvo. Pero para todo hay excepciones. Sobre todo cuando el objeto es algo más que una cosa y adquiere la calidad de recuerdo. Especialmente cuando pocos llegan a serlo. Y en particular cuando tienen algo que los hace insustituibles únicamente para la persona que los posee. Aquella góndola era uno de ellos. Hortera por ser de Venecia, brillante por el cristal del que estaba hecha y preciosa porque subsistió a un largo viaje en autobús mucho tiempo atrás.
En el mismo momento que la compró supo que terminaría rota en mil pedazos. Un objeto de cristal rara vez sobrevive al ajetreo de una casa donde casi nadie le concede su auténtico valor. Desde el día que fue adoptada por una balda del cuarto sólo que quedaba esperar que alguien cometiera un error, y él lo sabía. Sentía hacia ella la urgencia de protegerla sin caer en el absurdo de ocultarla… la necesidad de verla sabiendo que esa podía ser la última vez. A veces contemplaba la alfombra colocada a sus pies y se preguntaba si resistiría una embestida contra el suelo o si por el contrario cualquier caída sería fatal independientemente de la superficie que la acogiera.
Ayer ocurrió. De una manera tonta, como tenía que ser. Alguien le dio con el brazo mientras abría el armario… y él lo presenció. Cuando escuchó el ruido sordo amortiguado por la alfombra sólo le vino a la cabeza un pensamiento: ya está. Había llegado el día que siempre había sabido que le visitaría. Imaginaba que podría chillar, protestar e indignarse pero su carácter visceral ni siquiera respiró porque sabía que iba a ocurrir, sólo lo estaba esperando. Muchos pedazos, demasiados para cualquier tipo de arreglo. Había estado en lo cierto desde el principio… afortunadamente habían transcurrido catorce años desde que la góndola dejó atrás las turbias aguas de Venecia.