No solían gustarle los objetos meramente decorativos, siempre le había parecido que lo que hoy era precioso al cabo de pocas semanas se trasformaba en un trasto que acumulaba polvo. Pero para todo hay excepciones. Sobre todo cuando el objeto es algo más que una cosa y adquiere la calidad de recuerdo. Especialmente cuando pocos llegan a serlo. Y en particular cuando tienen algo que los hace insustituibles únicamente para la persona que los posee. Aquella góndola era uno de ellos. Hortera por ser de Venecia, brillante por el cristal del que estaba hecha y preciosa porque subsistió a un largo viaje en autobús mucho tiempo atrás.
En el mismo momento que la compró supo que terminaría rota en mil pedazos. Un objeto de cristal rara vez sobrevive al ajetreo de una casa donde casi nadie le concede su auténtico valor. Desde el día que fue adoptada por una balda del cuarto sólo que quedaba esperar que alguien cometiera un error, y él lo sabía. Sentía hacia ella la urgencia de protegerla sin caer en el absurdo de ocultarla… la necesidad de verla sabiendo que esa podía ser la última vez. A veces contemplaba la alfombra colocada a sus pies y se preguntaba si resistiría una embestida contra el suelo o si por el contrario cualquier caída sería fatal independientemente de la superficie que la acogiera.
Ayer ocurrió. De una manera tonta, como tenía que ser. Alguien le dio con el brazo mientras abría el armario… y él lo presenció. Cuando escuchó el ruido sordo amortiguado por la alfombra sólo le vino a la cabeza un pensamiento: ya está. Había llegado el día que siempre había sabido que le visitaría. Imaginaba que podría chillar, protestar e indignarse pero su carácter visceral ni siquiera respiró porque sabía que iba a ocurrir, sólo lo estaba esperando. Muchos pedazos, demasiados para cualquier tipo de arreglo. Había estado en lo cierto desde el principio… afortunadamente habían transcurrido catorce años desde que la góndola dejó atrás las turbias aguas de Venecia.
En el mismo momento que la compró supo que terminaría rota en mil pedazos. Un objeto de cristal rara vez sobrevive al ajetreo de una casa donde casi nadie le concede su auténtico valor. Desde el día que fue adoptada por una balda del cuarto sólo que quedaba esperar que alguien cometiera un error, y él lo sabía. Sentía hacia ella la urgencia de protegerla sin caer en el absurdo de ocultarla… la necesidad de verla sabiendo que esa podía ser la última vez. A veces contemplaba la alfombra colocada a sus pies y se preguntaba si resistiría una embestida contra el suelo o si por el contrario cualquier caída sería fatal independientemente de la superficie que la acogiera.
Ayer ocurrió. De una manera tonta, como tenía que ser. Alguien le dio con el brazo mientras abría el armario… y él lo presenció. Cuando escuchó el ruido sordo amortiguado por la alfombra sólo le vino a la cabeza un pensamiento: ya está. Había llegado el día que siempre había sabido que le visitaría. Imaginaba que podría chillar, protestar e indignarse pero su carácter visceral ni siquiera respiró porque sabía que iba a ocurrir, sólo lo estaba esperando. Muchos pedazos, demasiados para cualquier tipo de arreglo. Había estado en lo cierto desde el principio… afortunadamente habían transcurrido catorce años desde que la góndola dejó atrás las turbias aguas de Venecia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario