domingo, marzo 23, 2014

Menú obligatorio

Aburrirse del agua no permite dejar de beberla hasta que encontrar cómo sustituirla.

Mutantes

El que hizo lo que hiciste ayer ya no existe.

Plomos fundidos

Cuando se te apaga la luz dejas de ver lo que te rodea.

Biomecánica humana: LIV

Francotiramor: Te quiero (en el lugar y momento exacto que te necesito)

¡Está aquí!

El presente es el futuro que pensabas haber podido tener.

Abanicos del chino

Elegir no es más que descartar la peores opciones.

Biomecánica humana LIII

Mentira intrínseca: "No importa"

Biomecánica humana LII

Antimateria: Aquello que pesa más cuando no está.

Lento movimiento

Lo que se olvida en una estantería puede no estar allí cuando se vuelva a mirar.

Seis meses

Seis meses. Sí, por lo menos habían pasado seis meses desde que habló con su madre por última vez. Debió de ser por navidad. Este año no pasaron las fiestas con ella porque era imposible hacer un viaje tan largo con los niños tan pequeños. Bueno, sí podían haber venido pero hubiera resultado agotador. No merecía la pena. Al menos no para ellos. A su madre le hubiera encantado, claro. Pero ella no tenía que coger el coche muerta de cansancio después de cinco días de trabajo y hacerse quinientos kilómetros. Cinco horas de coche se transforman en siete cuando vas con críos. Un pequeño infierno sobre ruedas. Y no sólo eso, visitar a una madre en Nochebuena supone condenarse a pasar la Nochevieja con los suegros. Esta vez no habían estado dispuestos a seguir el mismo juego. Plantarse fue un acierto. Un lujo doméstico.

Llamar a su madre se convertía siempre en una píldora de culpabilidad. Aquella vez lo fue aún más. Estaba deseando ver a los niños. Había comprado regalos para ellos. Terminó enviándolos por correo. Le propuso pasar las fiestas con ellos pero no quiso. La cadera. Eso dijo. Esa parte del cuerpo se había convertido en el sinónimo de no sentirse cómoda fuera de su propia casa. No sabía cómo hacerle cambiar de opinión. Igual a su mujer se le notaba que prefería no tener invitados. Igual se le notaba a él.

Cuando marcar un número de teléfono te hace sentir mal, dejas de llamar.

Siempre le habían gustado las margaritas. Las que llevaba envueltas en un bonito papel de seda eran amarillas. Sencillas pero llenas de vida, como su madre. Esperaba que le gustaran. Sabía se volvería loca de alegría cuando abriera la puerta. Por verle a él, no por las flores. Aún así quería llevarle algún regalo más que él mismo por su cumpleaños. Setenta y dos cumplía. ¿O eran setenta y tres? Le preguntaría a su hermano en cuanto lo viera. Habían quedado en el portal para subir juntos. Al menos él vivía más cerca de su madre y podía verla más a menudo. Eso le dejaba más tranquilo. Si pasaba algo, al menos Rafa podía coger el coche y plantarse en su casa en media hora. No todos los padres tenían esa suerte. Su madre, sí.

Allí estaba. Con la chaqueta de cuero de siempre, lo que le quedaba de las viejas greñas de rockero y sin un regalo en las manos. Seguro que seguía sin usar cartera. Decía que estaban hechas para guardar billetes, así que no tenía sentido llevar una. Hace años le regaló una de piel y la devolvió para quedarse con el dinero. Entonces le hizo gracia. Ahora empezaba a preocuparle. Un poco. La verdad es que le veía bien. Le gustaba abrazarle. Era un buen tío. Las flores serían de parte de los dos.

-     Joder tío… hacía la de Dios que no nos veíamos… - Miró a Rafa con cariño.

-     Desde octubre o así, ¿no?...  cuando volví del lío del verano. – Los bolos le habían mantenido fuera de Madrid  más de tres meses.

-     Sí, la súper gira con el gran artista… ¿sigue igual de imbécil? – Por lo visto el cantante se creía el nuevo Bono después de una canción de éxito underground.

-    Por fin se ha dado cuenta que no es nadie, como nosotros… - Apagó el cigarro.

-    Entonces habrá empezado a pagar las cañas – Aún recordaba las quejas de Rafa sobre las cervezas que se había bebido el tipo a su cuenta.

-    Ese es de los tuyos… tiene cartera pero sólo la abre para enseñar las fotos de sus hijos. – Le encantaba tocarle los cojones al pijo de su hermano.

-    Qué cabrón… este ramo lo he pagado yo. – No podían evitar caer en el juego cada vez que se veían.

-    Entonces me ahorro tener que ver las fotos de los nuevos Lacoste de tus hijos.-

-    No visten de Lacoste. – Se defendió.

-    ¿Tommy Hilfiger? –

-    Yo qué sé, lo que haya en la tienda… no miro las marcas. – Esperó resultar convincente.

-    Tú mujer sí. – Le dio un codazo en la chaqueta de punto inglés.

-    ¿Y tú andas con alguien ahora? – Era mejor cambiar de tema.

-    Bah… nada serio… ya sabes… prefiero estar libre para poder ver a los niños siempre que puedo. –

-    ¿Con Sara bien? – Rafa se había separado hacía dos años.

-    Hombre… a ella le gustaría que le pasara más pasta pero… - Encogió los hombros.

-    Eso te pasa por… -

-    … no llevar cartera. Ya me lo sé. – Sonrió por los viejos tiempos. – Pasa por querer vivir de lo que te gusta. –
 
     -    Ya sabes que si alguna vez… - Empezó.

-    Lo sé… - Le cortó

-    ¿Qué tal está mamá? Le he llamado pero no me ha cogido.-

-    ¡Dijimos que era una sorpresa! – Se enfadó.

-    Ya, coño, le iba a felicitar y decir que estaba en casa… -

-    Ah… - Respiró. – La verdad es que hace bastante que no veo a la vieja. –

-    ¿No vienes todas las semanas? – Se preocupó.

-    Cuando puedo… pero he andado liado con un nuevo grupo que andan montando el Barri y sus colegas. – Reflexionó. – Al final te lías con una cosa y otra, los niños, algún bolo… ya sabes.-

-    Las semanas se van sin sentir, ya lo sé… pero ¿cuándo estuviste con ella? – Había dado por sentado demasiadas cosas.

-    Buff… por Semana Santa o así sería… - No era bueno recordando fechas.

-    ¡Hace tres meses que no la ves! – Se indignó – Joder, tío. – Pulsó el botón del piso de su madre con rabia.

-    Vine con los niños… más tiempo hace que no te ve a ti… - El eterno rollo de que el que vive cerca tiene que hacer más.

-    ¿Y si ha necesitado algo? – Volvía la culpabilidad a todo pulmón.

-    Si tiene algún problema, me llama. Ya lo sabes… tranqui, joder.- Le aburría escuchar la misma cantinela de preocupación pasiva.

-    Jo, tío… tenemos que organizarnos mejor o algo… se está haciendo mayor y está sola… -

-    Tiene su vida, está bien. –

-    Oye ¿Cuántos cumple? ¿Setenta y tres? –

-    Cuatro. -

-    Ostia. Igual hay que ir pensando en que alguien vaya a su casa todos los días. – Su suegra tenía chica y eso que aún conservaba al marido.

-    No exageres. – Empujó la puerta del ascensor.

-    Tienes llave, ¿no? – Él siempre tocaba el timbre.

-    Sí. Le soltamos un felicidades a bocajarro ¿vale?… Tres, dos, uno. – Abrió la puerta.

-    ¡Felicidades mamá! – Soltaron a dúo.

Nadie respondió y un fuerte olor a descomposición les taladró la nariz.

Sin abrir

Caduqué en tu despensa.