No soporto a la gente que cuando te escucha quejarte lo único que sabe decirte es: “Si no te gusta tu vida, cámbiala”. Me encantaría gritarles que estoy enfadada porque tengo motivos de sobra y que es difícil cambiar de vida si tienes que seguir metida en tu propio cuerpo. Cuando se pisa terreno hostil al cruzar el umbral de casa, sólo puedes reducir el campo de minas sobre el que te mueves.
Perdí el trabajo. No me entusiasmaba pero estaba acostumbrada. Tampoco me quedaban sentimientos significativos por ninguno de los hombres que habían pasado por mi vida, bueno, por nadie en especial. Ni siquiera por mi familia. Mi madre vivía demasiado cerca y mi hermano demasiado lejos. Con la subsistencia como única obligación me animé a que otra mujer trabajara por mí, María la llamé. Hemos llegado a un acuerdo, la casa es mía y ella puede hacer lo que quiera fuera.
Soy Sandra y trabajo como amiga por horas.